Un padre de familia


Cuando nació el Carlitos yo fui el hombre más feliz. Un hijo, una pequeña persona de la cual cuidar, a la cual mimar, a quien enseñarle el mundo, a quien sonreírle diciendo tonteras. Un niño del que me tenía que hacer cargo. Sin duda he cometido muchos errores, pero el Carlitos no es una mala persona, es un muchacho noble. Pero ahora que ya cumplió 15 años todo es muy diferente. Descubrió que hay un mundo afuera y que yo no siempre encajo bien ahí.

Después de años de ser recibido con alegría al llegar a casa, ahora me topo con que apenas me voltea a ver porque lo que dicen sus amigos de los mensajitos de celular, de Facebook, Twitter, chat o cuanta mierda esté de moda. Se emociona con cada comentario y celebra cada ocurrencia que lee en un español inentendible. Los muchachos creen que con cambiar letras u omitirlas lo que dicen será más ocurrente. Y ahí está el Carlitos siendo parte de eso escribiendo cosas como Ola kmo staz?, o escribiendo estados de Facebook tipo xando la weva. Cuando no está en el Facebook o en el chat, sale a la calle a vagabundear con sus amigos de la cuadra. Van de comercial en comercial viendo vitrinas y comprándose unas papas fritas y un agua y viéndole el culo o las tetas a las mujeres. Van con la intención de encontrarse con alguna chavita bonita y hablarle y enamorarse y tener aventuras así como en las películas. Vuelven siempre igual como se fueron, sin haber vivido grandes aventuras ni conquistas amorosas. Eso sí, cansados y con hambre.

Yo le he dicho a veces, mirá Carlitos, leé algo, desburráte un poco siquiera. Qué hueva, me contesta. A la edad tuya yo estaba descubriendo a Edgar Allan Poe, a Cortázar, a Emily Brontë. Vos no pasás de la Lady Gaga, esa tipa que más parece un travesti, le digo. Asienta del mal humor y rápido se va a su cuarto y se encierra. Creo que hice mal en ponerle el internet en su cuarto; pasa horas ahí, y yo sé bien lo que está haciendo, pero ¿qué hago? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

No le gusta tocar ningún instrumento musical, ni el dibujo o las artes, apenas juega un poco de fútbol los sábados. Ni siquiera sintoniza de perdida al Discovery Channel. La mitad de las materias que recibe en el colegio no le gustan; la otra mitad le aburren. No quiere ir a trabajar de vacacionista a ningún lugar. Su estado en el chat es generalmente “aburrido”. No quiere ayudar en las tareas de la casa. Es un buen muchacho, ya se los conté, pero me preocupa que no tenga ni talento, ni espíritu emprendedor, ni metas, ni ganas de aprender cosas nuevas. ¿Qué pasa si mañana me muero y se queda solo con su mamá?

Lo peor es que ya quiere empezar a salir por la noche. Hasta que cumpla los 18 tengo la excusa de su edad, así que tengo aún tiempo para pensar en cómo cuido a este patojo. Qué bueno que no es mujer, porque ahí sí que ya habría comprado mi escopeta y ay de aquel que se acercara mucho. Pobres los papás que tienen sólo hijas mujeres, los compadezco.

El otro día estaba de nuevo frente a la computadora. Lo abordé seriamente y le hablé:

—Carlitos vení para acá —le dije.

—¿Y ahora qué querés? —me contestó sin despegar la vista del monitor de la computadora, sosteniéndose la barbilla con la mano izquierda.

—Vos vení.

Perezosamente se levantó de su silla y caminamos juntos a la sala.

—¿Qué querés? —dijo al sentarnos en el sofá.

—No me hablés así, que soy tu padre —contesté serio—, más respeto.

—Ok, perdón, decime pues.

—Mirá Carlitos…

—Ya no me digás Carlitos.

En eso entró la mamá de la calle y le pidió que la ayudara con las cosas del super. Lo había salvado la campana. Sonrió cuando su mamá le gritó desde el garage. Después de que terminó de ayudar a su madre, seguimos la plática.

—Mirá, tus notas están un poco bajas, si seguís así, vas a salir raspado.

—¿Y? —respondió, con gesto insolente.

—¿Cómo que “Y”? Mirá cerote, —le dije molesto— vos ya te estás pasando, un día te echo de la casa, a ver si servís de algo en la calle. Idiota.

Estaba muy molesto. La mamá nos oyó y se armó un gran relajo.

—¿Y vos qué te creés, Víctor? —me grita—. El nene sólo necesita un poco de tiempo para concentrarse, no todos pueden seguir el ritmo con tanta tarea y tanto examen.

Me tuve que ir con toda mi cólera a encerrarme a mi dormitorio. Yo tengo un solo hijo, ¿qué harán los que tienen 2, 3, 4?

Otra cosa que no sé cómo entrarle es al sexo. ¿Lo llevo donde las putas? ¿Y si de pura mala suerte se contagia de algo por mi culpa? El condón se puede romper y… Además la mamá es muy de la iglesia, así que si se entera me manda a la mierda. Pero no sé, debe haber alguna forma de enseñarle, tal vez si hago como ese mi cuate que le habló a una edecán que iba al gimnasio para que se cogiera a su hijo. Pero igual no sé.

Si algo me da miedo, en especial en esta violenta Guatemala, es pensar que un día cualquiera me balean al Carlitos. Porque acá no sabés si en la tienda de la esquina llega alguien y mata al de a la par y a vos también de perdida. Peor aún es pensar que se meta a cosas como el narcotráfico, maras o bandas de asaltantes. La gente que se aburre hace cualquier idiotez para distraerse. Capaz que se junta con unos tipos y se mete a hacer estupideces. Por eso sí está bueno que vaya a la iglesia, ahí le dicen que se tiene que portar bien porque si no se va al infierno. Igual no sé si eso lo asuste mucho.

A veces lo miro ahí tirado en el sofá viendo tele, bostezando, despeinado, con una cocacola en una mano y un cheeto en la otra. Es tan coche que se mete un dedo en la nariz y se saca un moco y lo pone debajo del sillón. Luego se lleva otro cheeto a la boca, como que si nada. Y pienso, ¿y este vago se podrá mantener él solito algún día? Me da que lo voy a tener que mantener durante un buen tiempo. Ese es el futuro del país.

El día que más me asusté en la vida fue cuando el Carlitos se me perdió en el comercial.  Tenía cinco años. Lo dejé en la sección de juguetes del super y seguí comprando. Su mamá no había ido con nosotros. Y yo de mula me olvidé del patojo, pagué en la caja y salí. En el parqueo me di cuenta. ¡Puta! ¿Y el Carlitos?, me dije asustado.

Regresé corriendo como un loco, casi chillando, puro maricón. El Carlitos todavía estaba jugando con los carritos, tranquilo, hasta cantando. En realidad no fue que se me perdiera, ahora que lo recuerdo bien. Cuando lo ví tan sereno esa vez en la tienda pensé, ese patojo bien se las va a poder sin mí. Va a ser cabrón.

El domingo pasado fuimos al estadio, a ver a los rojos. Como suele suceder acá, el estadio vacío y un mal partido. A la salida nos comimos unas tortillas con carne y un par de cervezas. Platicamos de lo malo del partido. En eso es lo único que coincidimos, en que nos encanta el fútbol. Es en ese punto en donde nos encontramos, en donde somos cuates. Si le pregunto ¿cómo quedó el Barça en la Champions?, él me contesta, 2 a 0 papa, los dos goles de Messi. Si está de buen humor me da detalles: hubieras visto, el Messi se llevó a cinco, dio un pase, se la regresaron de pared y de globito la metió. Golazo. Si no está de buen humor, sólo me da el resultado. Otras veces él me pregunta por el resultado y yo contesto.

Siempre que hablamos de fútbol me siento bien, pienso que no todo lo hice mal, que el patojo este va a ser de alguna manera un buen hombre. Sí, eso es. Siempre que al ver un balón de nuestro equipo rozar la portería nos levantemos y gritemos monosílabos, siempre que suceda eso, yo sabré que hay un nexo con el Carlitos, una conexión, una manera de saber que si hay gol nos vamos a sonreír cómplices, una manera de saber que siempre vamos a estar del mismo lado, juntos.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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