El guitarrista


Nino era extremista: amaba u odiaba intensamente y con la única persona en el mundo que podía entenderse era con su madre. Era a la única persona a la que él respetaba. Delante de ella no podía tomarse un trago ni fumar un cigarrillo. Yo siempre fui su amigo de lejos, porque solía ser hiriente cuando uno le contradecía en algo. Pero era un músico excelente, uno de los mejores guitarristas que he escuchado en la vida. Y su muerte no podía dejar de ser trágica, como les contaré.

Siendo adolescente conocí a Nino en el colegio. Le gustaba desde ese entonces la bossa nova, y yo me volví su amigo porque fui el único que le atinaba a tocar los shakers y un bombo para acompañarlo. Cantaba bien, no era un gran vocalista, pero lo hacía bien. Su guitarra era la que hacía todo el show.

Nunca estuvo en un grupo porque era imposible trabajar con él. Varios músicos al ver su talento lo invitaban a ensayar o a tocar, pero a la menor crítica a su estilo o a sus errores de ensayo se molestaba de tal manera que los demás músicos se convertían en sus enemigos. Solía encerrarse por días en su cuarto cuando se enojaba y la única que lo lograba sacar era su madre. Ella lo dejaba e inventaba excusas para el colegio y después forzaba la puerta y lo sacaba a la fuerza. Y Nino volvía a sus actividades normales como si nada hubiese pasado.

Nunca entendí por qué yo no dejé de ser su amigo. Creo que simplemente me gustaba cómo tocaba guitarra y como él era muy torpe con la gente y más aún con las mujeres, yo salía ganando cuando yo conseguía alguna presentación en algún bar o reunión. Yo era el que hacía la parte social y él sólo tocaba genialmente. Sabía muchas canciones, no cantaba mucho y era perfecto para esas reuniones de gente de dinero que quiere tener música de fondo que suene sofisticada.

Cuando alguien se acercaba a felicitarlo por la música yo me adelantaba y atendía a la gente. Él se escabullía al baño o a cualquier parte. Despreciaba los halagos, porque siempre, decía él, viene de gente que no sabe de música.

Nino no tenía necesidad ni intención de trabajar así que la música era su forma de ocuparse y de ganar algo de dinero. Él había heredado una fortuna y su madre la administraba muy bien. Un buen paquete de acciones en las principales empresas del país era su fuente inagotable de dinero. Así, Nino tuvo acceso a las mejores guitarras, un buen sonido amplificador y buenos maestros desde niño.

Una sola vez Nino se enamoró. Ella era una mexicana linda, de pelo largo negro y de gran alegría. Julia, que así se llamaba, decidió desde que lo vio que Nino era para ella y se instaló sin pedir permiso en su vida. Nos acompañaba a todos lados y tenía el tino de alejarse un poco cuando Nino se portaba especialmente insoportable. A él le gustaba Julia, por supuesto, pero tardó algunos meses en enamorarse.

—Ya me jodí para toda la vida —me dijo, recién cumplidos los 21—, estoy enamorado de Julia.

Fueron felices un par de años. Nino hasta se volvió más sociable y accedía de buena gana a dar conciertos que antes no le interesaban. Ganábamos buen dinero, hicimos giras por algunos países y hasta tuvimos que contratar un manager. Grabamos un disco con canciones compuestas por él.

Después empezaron los problemas. Él empezó a ser posesivo y celoso con Julia. Ella aguantó un año más y lo dejó. La respuesta de Nino fue encerrarse en su dormitorio durante dos meses enteros sin hablar con nadie. Su madre lo llevó a terapia y se recuperó. No volvió a ser el mismo, pero volvió a ser funcional y a tocar la guitarra como siempre.

Componía canciones geniales, pero la entendía poca gente porque no era música popular. Aún así, surgían invitaciones a otros países. Y bueno, también se sabía cualquier cantidad de canciones populares para tocar como pasatiempo.

Cuando Nino cumplió 25 años su madre enfermó de cáncer de páncreas. Le dieron un año de vida. Nino, para mi sorpresa no se derrumbó. Tomó el control financiero de la familia y lo administró de tal manera que su madre tuvo los mejores tratamientos posibles. Así, logró vivir ella dos años más de lo previsto. Cuando Nino vio que la muerte era inevitable, llegó llorando una noche a mi casa, a decirme que no podría soportar que ella se fuera. Quién cuidaría de él, quién lo haría volver a ser normal cuando le dieran sus crisis.

Intenté por mi parte hablar con su padre pero la relación de ellos estaba rota, no había manera. Me hice a la idea de que Nino tendría que afrontarlo, era joven, tenía talento y dinero, no podía dejarse vencer. Así se lo dije. Cada tanto lo llamaba para preguntar por su madre. Siempre estaba peor.

Por fin, un día lluvioso de agosto murió la madre de Nino. Él no lloró y se portó amable con todo el que llegó al velorio y al entierro. La enterramos una mañana y él se quedó a la par de la tumba hasta que cerraron el cementerio, debajo de la lluvia, sin llorar, sólo sentado en el suelo sin expresión alguna. Tuvo que llegar su padre con un médico a inyectarle algo para dormirlo y llevárselo a casa.

—Me duele mucho el pecho —me dijo un par de días después por teléfono. No lo soporto, duele mucho. Y no creo que se me quite. La muerte me derrotó, se la llevó. ¿Quién me va a cuidar ahora?

Busqué al siquiatra que lo había tratado cuando Julia lo dejó y durante dos meses Nino respondió bastante bien. Incluso contrató una semana un estudio y grabó diez canciones, las mejores que le escuché tocar, todas tristes, en tonos menores, magistralmente interpretadas.

Después de grabar las canciones llegó a mi casa y me entregó su guitarra favorita. Me dijo que ya nunca iba a tocar más. Pero era una buena guitarra que sonaba bien y quería que la tuviera alguien que la apreciara. No, le dije, en un par de meses volvemos a tocar y te vas a poner bien. Sonrío sombríamente y me dijo que le seguía doliendo demasiado el pecho. Y que de todos modos nadie apreciaba su trabajo, que ni lo conocían.

Dos días después, cuando su madre cumplía cuatro meses de haber muerto, Nino fue al cementerio desde temprano y llevó un pastel de manzana, el favorito de su madre. Comió un par de bocados durante el día, con algo de agua que llevaba. Una hora antes de que cerrara el cementerio, con un revólver calibre 38 se pegó un tiro certero y fatal en el corazón.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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