Enfrente de mi casa había una casa de tres niveles. En el último piso había una cúpula, que uno de mis amigos decía que era una capilla donde estaba la Santa Muerte. El encargado del lugar era don Benito, un señor de unos 60 años, de pocas palabras, que tenía un pickup en el que hacía fletes. No se sabía mucho del altar hasta que un día la Santa Muerte supuestamente le concedió un milagro a una mujer: su hijo sobrevivió a un tiroteo del que había quedado malherido. Una noche estaba en una caseta de tacos con sus amigos y desde un carro los balearon. Poco le faltó para morir. Después del milagro, poco a poco y sin darnos mucho cuenta, la gente empezó a llegar los días primero de cada mes a venerar a la imagen. La noticia del milagro le había dado la vuelta a la colonia y a las colonias vecinas. Pronto la gente fue demasiada para el lugar y para los vecinos. La mayoría venía de afuera. Los vecinos de la cuadra no eran del culto a la Santa Muerte. Un día el cura de la colonia llegó y ent
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