Pastillas de cianuro


Agobiados por las penurias económicas, padre e hijo deciden suicidarse. Calcularon que con los seguros de vida que habían contratado, mamá podría pagar todas las deudas y continuar ayudando a la hija soltera en el cuidado del bebé que acababa de tener y que se merecía un futuro mejor que el que tenían ellos debido a sus irresponsables inversiones.

Ambos, padre e hijo, redactaron una nota póstuma en la cual explicaban a la madre sus razones altruistas y le indicaban que por nada del mundo la enseñara a la policía o a algún agente de seguros. El domingo anterior a la fecha del suicidio fueron a misa por primera vez en muchos años, se confesaron y comulgaron y pidieron perdón por lo que iban a hacer.

La madre, una dedicada catequista católica, no pareció darse cuenta de los planes de ellos, aunque se alegró de verlos en misa y dijo en sobremesa que había pasado mucho tiempo rogándole a Dios para que sucediera esto. Algo bueno estaba por pasar, todo estaba en los planes del Señor.

La noche en que van a efectuar el doble suicidio, padre e hijo hablan durante una hora y se convencen nuevamente de que lo que van a hacer está bien. El padre toma sus pastillas de cianuro y se va a su dormitorio. Pero el hijo no se las toma. Se queda en el comedor pensando en que su mamá se fue a acostar temprano, cuenta las pastillas de cianuro que quedan en el frasco y nota que hay menos de las que debería de haber.

José Joaquín

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