La fuga


Fernanda Botrán-Aycinena había desaparecido. Y yo, un simple estudiante de derecho, era el encargado de buscarla y encontrarla. Cuando acepté el empleo, no me imaginé que me pusieran a investigar en serio, pero como la necesidad manda tenía que hacerlo, o por lo menos, hacer como que hacía. Me ayudaba el hecho de que cuatro años atrás yo había trabajado de jardinero en casa de los Botrán-Aycinena y la había conocido. Era una muchacha muy guapa y consentida, que tenía una larga fila de pretendientes con los que jugaba y se divertía.

Fernanda Botrán-Aycinena era delgada, morena de pelo largo y lacio, muy elegante y refinada en sus maneras. Era muy linda, como ya apunté, y lo sabía. Recuerdo que cuando trabajaba en su casa una vez la escuché decir a una amiga “las mujeres somos poderosas”, en una mesa del jardín. Hablaban de sus conquistas y de cómo ese poder de las mujeres bellas sobre los hombres trae tantas ventajas y diversión. Por eso es que al principio me costó un poco pensar que la muchacha se había enamorado y que además se había fugado con su novio.

Yo jamás había hecho ninguna investigación, ni trabajado de policía, ni en el ministerio público, ni nada que ver. Un tío me había conectado con otro tipo y me habían dado el empleo, lo acepté por necesidad. Fue uno de los tantos trabajos que he tenido. Antes de ese caso, lo único que había hecho era ir a contar inventarios de mercaderías, hacer algunos interrogatorios en casos de empleados que robaban, localizar a una persona que hacía años que no la veían. Pero un supuesto caso de secuestro ya es otra cosa y la verdad a mí no me gustaba meterme en el asunto y peor con una familia famosa. Pero mi jefe era muy amigo de los Botrán-Aycinena y no quedaba de otra.

Así que esa mañana, después de que habían pasado 24 horas desde que se supo lo último de Fernanda Botrán-Aycinena, estaba yo en la sala de la mansión. Su padre me atendió bastante preocupado, y no me reconoció como exjardinero de su casa. Yo tomé nota de todo lo que me decía. Ella había salido el día anterior supuestamente rumbo a la universidad, pero no había permitido que la llevara el chofer de la familia en la camioneta en que acostumbraba. Después de eso, ya no contestó el celular para nada, y una de sus amigas dijo más tarde que nunca llegó a la universidad.

El padre de la señorita quería que juntáramos evidencia para enjuiciar al tipo por secuestro. Pero el caso es que Fernanda había pasado de sostener una relación romántica inofensiva a fugarse con el tipo, y eso, siendo ella ya grandecita y por su voluntad, no podía tomarse como secuestro. Al principio imaginé que el tipo era una especie de hippie vividor y bohemio, pobretón, de esos tipos que se enamoran a las patojas con su casaca intelectoide y les sacan billete. Pero resultó que el tipo era de otra familia acaudalada, pero enemiga de los Botrán-Aycinena.

El enamorado ladrón era Roberto García-Granados, con una licenciatura en filosofía y letras, un renegado de su familia pero que disfrutaba del dinero que tenían. Bien parecido y algo deportista, hizo caer rendida a la bella Fernanda. Así que yo tenía ante mí una historia de amor de esas de película y un papá ogro que quería destruirla, por su odio a la otra familia. Como Romeo y Julieta. Eso no puede existir en la realidad, pensé, algo debe fallar.

Con la autorización del padre entré al dormitorio de la raptada y busqué indicios que hablaran de su paradero. Encontré su celular en la gaveta de su mesa de noche, busqué las llamadas y los mensajes de texto, el último mensaje decía:

Roberto
31-Ago-06 06:30 a.m.
Ya estoy en el punto de reunión, te espero con ansias.

Habían muchos mensajes de Roberto con poesía cursi, saludos, disculpas por no atender. La última llamada, también de Roberto, había sido la noche anterior, y por los registros del celular, habían hablado durante 45 minutos, entre las 9 y 10 de la noche. Miré alrededor del cuarto, amplio y con detalles de lujo. En su escritorio, junto a la ventana, estaba su computadora portátil conectada al cable de internet. La encendí, pero estaba bloqueada con una clave y no pude ingresar. Al sentarme en la silla del escritorio, observé un detalle interesante: una rosa marchita pegada a la pared con cinta adhesiva, y el nombre Fernanda en letra cursiva, también pegado con cinta adhesiva, a la par. Al voltear el nombre Fernanda estaba el nombre Roberto, también en cursiva.

Así que eran los dos una linda pareja enamorada. Y había que encontrarlos, había que buscar su nidito de amor. Me tocaba hacer el trabajo sucio. O por lo menos, hacer como que lo hacía. Así que me inventé que había encontrado evidencia de que probablemente se habían ido al lago de Atitlán a alguna de las aldeas de alrededor. Me llevé a mi novia para pasarla bien, y me inventaba reportes diarios de que los habían visto y todo el rollo. Al tercer día, cuando ya venía de regreso sin haberlos buscado ni encontrado, me los encontré a los tortolitos ricachones. Qué suerte, pensé, les tomé una foto. Estaban en el restaurante Nick’s en San Pedro La Laguna, felices y ajenos a la preocupación de su familia. Bueno, me dije, me quedo otra semanita más con mi novia, qué rico.

Envié las fotos y mi reporte. El padre me pidió que le hablara a Fernanda, para que por favor volviera y que se la comunicara por celular. Como no se separaba de Roberto, le dije que me iba a costar. Yo ni tenía intención de hacerlo, la verdad. Pero una vez andaba la guapa mujer caminando sola en el muelle y me le acerqué. Me reconoció. Le dije el recado de su padre e inmediatamente, los comuniqué por celular. Fernanda se puso a llorar diciéndole a su papá que no iba a volver a casa. Luego me tiró el teléfono a mi cara y se fue corriendo. Hablé de nuevo con su padre y le dije entonces que mi misión había concluido y que me regresaba. No señor, me dijo, muy serio don Álvaro, que así se llamaba el padre, usted continúa, yo le daré instrucciones mañana. Bueno, pensé, seguiremos de vacaciones y me fui a echar un baño al lago, con mi nena.

Al día siguiente preguntaba por mí en el hotel una morena espectacular, de pelo largo, piernas bronceadas, ojos verdes y una mirada inocentemente provocadora. Dijo llamarse Susy. El plan de don Álvaro era meterle a esa muchacha al Roberto y deshacer la luna de miel. Un poco de marihuana y esa mujer espectacular deberían ser suficientes para hacer caer al hombre y decepcionar a su hija, y así volvería.

La verdad, me dio un poco de pena llevar a cabo el maquiavélico plan. Pura telenovela parecía todo esto, y a mí me tocaba estar de lado de los malos. Preferí no contarle a mi novia de eso, porque ya se sabe cómo son las mujeres con las historias románticas, a todas les gusta el final feliz y los cuentos de hadas. Pero con la ficha que ganaba en ese caso, nos la estábamos pasando bien, y si al fin esa pareja era para quedarse junta, pues nada los separaría.

Así que Susy y yo planeamos cómo hacer caer al Romeo hippie. Intentamos de muchas maneras, pero como los tórtolos no se separaban para nada, no lo logramos. Y como la carne es débil, fui yo el que terminé en la cama con la Susy (¡qué buena que estaba!), y mi novia me dejó por eso al descubrirme in fraganti. Me salió el tiro por la culata. Susy y yo regresamos a la capital unos días después y nunca más nos volvimos a ver. Lo bueno fue que los tortolitos siguieron su romance y yo cobré buena plata.

Pero cuatro meses después la señorita Botrán-Aycinena estaba de regreso en su casa, y volvía a sus estudios. No supe mayor detalle, pero parece que el cuate le empezó a poner mucho a la coca y la marihuana y eso no le gustó a nuestra Julieta ricachona. Y ahí se terminó la historia de amor. El tipo llegó a hacer escándalo un par de veces a la casa de ella, pero ahí quedó, ella permaneció inmutable, y su papá, feliz.

Recién vi la foto de Fernanda en el diario. Se graduó de administradora de empresas, a la par de ella había un rubio de ojos azules, que tenía un apellido impronunciable y era algo de alguna empresa fuerte europea. En el pie de foto decían que era su prometido. En otra de las fotos aparecía muy sonriente y satisfecho don Álvaro, con un vaso de whisky en la mano.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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