La espera


Hay una reunión familiar a la que asiste Cecilia, una bella muchacha de casi veinte años de porte elegante y mirada cautivadora. Se ha puesto sus mejores aretes, se ha alisado el pelo y viste un espectacular vestido negro y unos zapatos de tacón que dejan ver unos pies bien cuidados. Sonríe satisfecha, a la par de sus papás. Todos la saludan y tienen palabras de elogio para su belleza y ella se siente bien, se siente admirada, se siente bonita. Pero lo que ella espera es que aparezca Rodrigo, el amigo de su primo Pablo. Para él fue que se arregló, para él es que está bonita.

A medida que pasa el tiempo y se acaban los saludos de rigor y comienza la espera de la comida, Cecilia empieza a impacientarse. Por teléfono Rodrigo le había dicho que asistiría a la reunión por el cumpleaños del tío Antonio, pero ni él ni Pablo aparecen. No quiere preguntar por él, para no mostrar un interés que supuestamente no tiene, porque Rodrigo no es un tipo tranquilo, tiene su fama de donjuan. A ella le parece lindo, él le dice todo el tiempo cosas bonitas, y asistió a la reunión sólo por verlo y platicar con él y el muy desgraciado no se aparece.

Se le pega su prima Ani, a la que no le para la lengua ni un segundo. Le cuenta los últimos chismes de la familia, algo de la farándula internacional, un poco de su sufrida vida con las clases en la universidad. Y claro, de los muchos chavos (según ella) que la pretenden. Pero yo no me voy a quedar con el primero que pase vos, dice Ani, al que le de mi corazón debe merecerlo, y ya sé cómo será: un tipo alto, de pelo negro, ojos café claro y muy amable; yo sé que Dios escuchará mis oraciones.

Cecilia sonríe con las ocurrencias de Ani, pero ella ya decidió quien le gusta y esperaba esta reunión para hacerlo caer, para sonreírle de manera irresistible, para que Rodrigo ya nunca quiera a otra en toda su vida. Pero sigue sin aparecer y ya el licor a algunos los empieza a poner gritones y chistoncitos. Si tan sólo se apareciera ahora para hacer mejor el mundo.

Luego llega la tía Consuelo, la más católica del mundo. Llega y la mira y le dice qué linda estás m’hija, Dios te hizo linda de veras. Tenés que cuidarte y reservarte para el matrimonio y no regalar tus dones a cualquiera por ahí, pero contame, cómo va la universidad. Cecilia le cuenta entonces que acaba de comenzar el semestre y está entusiasmada con un par de clases interesantes. La tía Consuelo le pregunta si está yendo a misa los domingos y ante la respuesta afirmativa, emite una sonrisa satisfecha y aliviada. Seguí así Ceci, Dios proveerá.

El hermano de Cecilia, una pesadilla de diez años, pasa cerca de ella y se detiene para decirle, ¿qué onda?, ¿no viene el Rodri?, jajaja, ¡de balde tanto salón de belleza! Ella lo mira con un odio que sale del fondo del corazón, qué niño tan impertinente, qué molesto, que idiota.

Uno de los tíos propone un brindis por Antonio, el tío festejado. Todo mundo está en silencio y empieza el discurso alabando todas las supuestas virtudes de Antonio, gran padre, esposo y empresario, gran ser humano, un ejemplo para la sociedad guatemalteca. Luego entra el mariachi contratado y todo mundo es feliz, todo mundo sonríe, casi todos con algún vaso de licor o cerveza en la mano. La gente se levanta a bailar y se la pasa bien. Todos menos Cecilia, que sigue esperando que aparezca Rodrigo y que le ilumine la tarde, que le diga lo bonita que está, que le sonría y que la haga sentir una reina.

Se retira el mariachi y el dueño del corazón de Cecilia no da señales de vida. Parece que de veras sí fue de balde ir al salón de belleza y ponerse los mejores atuendos. Pero ya cuando la gente empieza a irse llega un Rodrigo un tanto desaliñado, pero lindo. A ella le late el corazón y sonríe y el mundo ahora le parece maravilloso. Rodrigo se queda admirado ante la belleza de Cecilia, la observa un momento y le dice lo hermosa que se mira. Le cuenta que acaba de regresar con Pablo de una excursión al volcán de Pacaya, que no pensó que se tardara tanto. Pero justo cuando empiezan a platicar a gusto llega Amarilis, la hermana de Pablo, y lo besa apasionadamente en la boca, como marcando terreno, medio saluda a Cecilia y le dice a Rodrigo que se apure, que ya deben irse. Y se van, y la dejan sola, con su todo y su belleza, su espectacular vestido y sus zapatos de tacón que dejan ver unos pies bien cuidados.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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