Los campeones


La temporada más feliz de mi vida fue cuando jugaba fútbol en los campos de Montserrat. Con un grupo de cuates armamos un equipo al que llamamos FC Bárcenas. Le llamamos así porque los dueños del equipo eran de Bárcenas. El Lito y el Cacho, hermanos, no eran tan buenos para jugar, pero ponían los uniformes y las pelotas para entrenar. Todos teníamos menos de veinte años y empezábamos la universidad, pocos trabajaban. Entrenábamos casi todos los días, aunque no éramos tan buenos que digamos. Jugamos tres torneos, en el primero empezamos ganando, contra todo pronóstico. Pero después todo cambió.

Al comenzar la primera temporada armamos un equipo a duras penas. No teníamos entrenador. Yo jugaba de lateral derecho. Siempre corría mucho, nunca me cansaba, me decían que tenía tres pulmones. En la portería estaba Nixon, uno de los peores porteros con los que he jugado. De defensas centrales estaban los dos hermanos, el Lito y el Cacho. De lateral izquierdo estaba el Tablas, otro chavo que cómo corría. En la media estaban el Marcelino, el Juan, el Domitilo y el Vladi. De delanteros el Moisés y el Momos, a quien llamábamos así porque era de Momostenango.

Éramos un desastre jugando, pero ganamos los tres primeros partidos. En la primera jornada porque el otro equipo iba sólo con siete jugadores; les ganamos dos a cero. En la segunda, porque yo metí un gol al primer minuto y después nos dedicamos a defender ese golito con todas nuestras fuerzas. También porque les expulsaron a dos y nos perdonaron un penal. El tercer partido ganamos porque el otro equipo no se presentó. Al entrenador se la había olvidado que el partido era en sábado y no en domingo. Les avisó a sus jugadores a última hora, pero apenas llegaron cinco y el árbitro dijo que no eran suficientes para un partido. Íbamos de líderes, era increíble.

Luego, en las siguientes quince jornadas, perdimos todos los partidos, generalmente por goleada. A los últimos tres nos presentamos sólo siete jugadores, los demás se habían ido a chupar el día anterior o no les importaba. Con el Tablas nos cansamos de correr por las bandas y meter centros, pero nunca había nadie. En fin, fue un desastre el primer torneo. Quedamos en último lugar. Sin embargo, yo disfrutaba jugar, no eran tan importantes los resultados. Era el viento en la cara y la lucha eterna por la pelota lo que me motivaba. Y la cerveceada después de los juegos con el Lito y el Cacho. El Barsa, como le llamábamos al equipo, había sido un desastre en la primera temporada. Sin embargo, acompañados de las cervezas de la última jornada, nos propusimos que eso cambiaría para el siguiente torneo.

Fue así que para la segunda temporada yo convencí a don Polo para que nos entrenara. Don Polo era un tipo que vivía cerca de mi casa y que había sido jugador profesional. El Lito y el Cacho convencieron a un par de primos para que integraran el equipo. Yo llevé también a un par de amigos de la universidad. Hicimos pretemporada, con ejercicio físico y trato de balón. Al iniciar el torneo estábamos en forma. El Tablas y yo corríamos más que nunca.

Los primos del Lito y el Cacho eran mediocampistas: Andrés y Javier. Muy buenos, algo callados, pero buenos. Mis cuates de la universidad, el Víctor y el David. Un buen portero y un delantero correlón. En la media completaban el Domitilo y el Vladi. En la delantera seguía el Momos. A todos los demás los habíamos despachado o ya no se asomaron. Le habíamos cambiado la cara al Barsa y teníamos la esperanza de quedar entre los tres o cuatro primeros lugares.

Antes de comenzar el torneo tuvimos cuatro partidos amistosos, ganamos dos, empatamos uno y perdimos uno. Era un buen balance. El sistema que había ideado el profe Polo nos hacía las cosas más fáciles al Tablas y a mí. Al Lito y al Cacho, que no eran tan buenos que digamos, les enseñó a quitar la bola y a darla a los medios o a los laterales. Se pasó varias tardes con ellos para que también aprendieran a cabecear. Al Domitilo y al Vladi los presionó para que corrieran más y ayudaran en la defensiva. Al Momos le enseñó a pivotear. Al Tablas y a mí nos dijo que no corriéramos tan a lo loco y que tapáramos bien las del rival.

Sin embargo, a pesar de que todo pintaba bien, perdimos los primeros dos partidos de la temporada por uno a cero. Cuando íbamos a jugar el tercer partido de la temporada, el profe Polo llevó a su sobrino, Leonel, un chavito de 17 años, para la banca. Nos propusimos ganar el primer partido a como de lugar, pero al medio tiempo íbamos perdiendo cinco a cero, dos autogoles y un penal incluidos. Casi dando el partido por perdido, al segundo tiempo entró Leonel por el Momos y subió como falso delantero Andrés. El profe nos dijo que no pensáramos en el marcador, sino en meter el primer gol. Si metíamos el primero, que nos enfocáramos en meter el segundo. Pero que nos olvidáramos del marcador.

Al nomás iniciar el segundo tiempo, yo corrí la banda y tiré un centro que Andrés bajó con la cabeza y Leonel, el chavito recién entrado, marcó el primer gol de zurda. Los defensas del otro equipo se quedaron un poco sorprendidos. El entrenador de ellos cambió de inmediato a uno de los defensas. Pensando en un gol a la vez, así como nos había dicho el profe al mediotiempo, logramos empatar el partido, cinco minutos antes del final. Yo anoté uno, David otro y Leonel tres. Leonel, además había dado el pase de mi gol. El entrenador del otro equipo exclamó, medio en broma, medio enojado: ¡Polo, sacá a ese número 19, pordios!

En el último minuto nos dieron un tiro libre en la media luna del área rival.
El encargado, por supuesto, era Leonel, el nuevo. Con un disparo que hizo un chafle que yo nunca había visto, anotó el 6 a 5. Era increíble. El entrenador del otro equipo puteaba a todos sus jugadores y brincaba de la cólera. Habíamos ganado nuestro primer partido metiendo seis goles en un sólo tiempo. Terminamos emborrachándonos en una cevichería que queda enfrente de los campos de Montserrat.

Después de ese partido decidimos darle el número 10 a Leo, como le llamábamos. Tuvimos una racha de seis partidos ganados, todos por goleada. Nadie creía que en el torneo anterior habíamos quedado de últimos. Así llegamos a la novena jornada, contra el campeón, el Real Mazate.
Había sido tan buena la racha, que por ese entonces convencí a la Gaby para que fuera mi novia. La había perseguido por meses. Ella siempre había sido futbolera y nosotros éramos el equipo de moda.

*  *  *

Los del Real Mazate tenían un delantero, el Rony, que era de los más veloces que yo había visto. No voy a negar que teníamos miedo. Era un buen equipo. Sin embargo el profe dijo que nos olvidáramos de que era el campeón, porque ganando el partido quedábamos en primer lugar. Recuerden el primer partido que ganamos, la cosa es meter un gol a la vez.

Cuando nos estábamos cambiando, antes de empezar el partido, el Rony se me acercó y me dijo que si yo lo marcaba y lo golpeaba lo iba a lamentar. Riéndose, escupió al suelo y regresó a calentar con su equipo. En la primera oportunidad que tuve le metí una su buena patada, que protestó como niña y me significó una tarjeta amarilla.

Ya en el partido, el Real Mazate pegó primero. Un gol del Rony de cabeza, donde nadie le ganaba, ya casi para finalizar el primer tiempo. Ese gol nos cayó como balde de agua fría. Al medio tiempo el profe Polo nos pegó una gran puteada, pero nos dijo que nosotros debíamos ganar ese partido, que debíamos enfocarnos en meter el primer gol y luego el segundo y ganar el partido. Este partido era decisivo para terminar campeones.

Así que para el segundo tiempo salimos decididos. En la primera jugada, yo corrí lo más que pude toda la banda y centré. No sé bien como le hizo el Leo, pero la bajó de pecho, se quitó dos defensas y de derecha anotó el gol. Seguimos luchando, pero realmente eran buenos los otros. Nos estrellaron dos pelotas en los palos. Como al minuto 25 el profe decidió que yo me convirtiera en un delantero más, por izquierda, a pierna cambiada. Como los rivales me esperaban por derecha, corriendo desde más atrás, era posible sorprenderlos. La Gaby me miraba y gritaba ¡vamos Dani, vos podés, corré, corré! ¡Ese es mi Dani!

La estrategia dio resultado. El lateral derecho de ellos ya estaba cansado y no me podía alcanzar. Tuve una como al minuto 35, pero el portero me la quitó. El gol llegaría al minuto 40. Ellos adelantaron líneas y en una de esas Leo me sirvió un pase en profundidad, quedando yo solito frente al portero. Anoté tirando lo más fuerte que pude, en el ángulo superior derecho. La gente que miraba el partido gritó el gol y yo me fui abrazar con la Gaby. Lo habíamos logrado, éramos líderes y habíamos vencido al campeón. Nos fuimos a la casa del Lito y celebramos con una gran fiesta.

Ganamos los siguientes cinco partidos, todos con tres goles o más. Sin embargo, en la jornada 14 se nos lesionó Leo y tuvimos tres empates seguidos. Uno de ellos con gol de último minuto, contra el Real Mazate. Para la última jornada, estábamos empatados en puntos con el Real Mazate y Leo estaba sólo para jugar medio tiempo.

Ese último partido lo jugábamos contra un equipo llamado Flamengo. Eran buenos, pero ganaban partido y perdían dos. No sé que pasó, pero casi al principio el Lito se desconcentró y cometió penal, que aprovecharon los del Flamengo. Luego yo perdí un balón en salida y en menos de veinte minutos ya íbamos perdiendo 2 a 0.

El Real, que jugaba al mismo tiempo en la cancha de a la par, iba ganando. Al medio tiempo, nosotros íbamos perdiendo ya 3 a 0 y el Real iba ganando por dos. El profe Polo nos pegó la más grande puteada que yo tenga memoria. Nos dijo de todo. Pero al final nos dijo que nosotros éramos el mejor equipo que había entrenado, que éramos los mejores del torneo, que debíamos meter los cuatro goles que se necesitaban para ser campeones. Que corriéramos más que nunca, que no diéramos una pelota por perdida, que si queríamos llegar a lo más alto debíamos correr el triple que el rival.

Envalentonados con la charla, y ya con Leo en el campo, emprendimos la remontada. El Momos metió el primer gol, entrando como una tromba en el área y casi estrellando la pelota contra la cara del portero, que no tuvo más que hacerse a un lado para conservar la cabeza en su lugar. El mismo Momos fue a la red a traer la pelota y la puso en el mediocampo. El 3 a 2 fue una jugada de Leo que se llevó a cinco jugadores rivales partiendo del mediocampo y driblando al portero metió la pelota en la portería solitaria. Apenas llevábamos quince minutos del segundo tiempo y el campeonato empezaba a ser posible. En el campo de a la par, el Real Mazate goleaba ya 5 a 0 al otro equipo, sin piedad.

El empate llegó por medio de Javier, con tiro libre impecable, al minuto 25. Teníamos veinte minutos para lograr el campeonato, sin embargo no tuvimos otra oportunidad de gol sino hasta dos minutos del final, cuando inexplicablemente Leo falló un penal. En tiempo de reposición, yo salí casi a la desesperada corriendo por la banda derecha, no miré a nadie, corrí con el balón lo más rápido que pude, llegué a línea final y a partir de allí todo fue como en cámara lenta. El centro, que pareció caer eternamente, iba dirigido, como me había enseñado el profe, a la altura del punto penal. Lito había subido desde la defensa viendo mi carrera y no tenía marca. Saltó. Parecía que no iba a llegar nunca, pero llegó al balón. La pelota siguió viajando a cámara lenta hacia la portería. El portero la rozó con los dedos, pero al final, agónicamente, pegó en la red. Éramos campeones.

Luego del partido fuimos a la casa del Lito y estuvimos de fiesta hasta el amanecer. Con la Gaby nos escapamos a un motel de la calzada Mateo Flores como a las diez, y creo que esa vez fue que la embaracé. Yo volví para seguir la celebración como a la una de la mañana. Vimos el amanecer en la terraza con una cerveza en mano. Hacía un poco de frío, pero todos seguíamos con el uniforme del Barsa. Leo, que era de los más callados, viendo las primeras luces del día, dijo que nunca había estado tan feliz, y que éramos los mejores cuates del mundo. El profe Polo nos agradeció con lágrimas por volverlo a meter al fútbol y así volver a creer en sí mismo.

A la siguiente temporada, sin embargo, el equipo se desarmó. El profe se fue a entrenar a un equipo de segunda división, Leo se fue a estudiar con una beca a México, y yo, con la Gaby embarazada, me casé. Seguimos con el equipo, ganamos algunos partidos, pero quedamos penúltimos. Cuando llegó el último partido de la temporada, nos visitó el profe Polo. Con las indicaciones que nos dio ganamos tres a cero. Como siempre, terminamos en la terraza de la casa del Lito, pero ya no me quedé hasta el amanecer porque al otro día tenía que trabajar.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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