El ladrón invisible


Estaba empezando a dormirme cuando escuché un ruido afuera de la casa. Estaba solo, mi mujer y mis hijos estaban donde mis suegros. Era un sábado por la noche, ellos regresaban al otro día, domingo. Las cosas no estaban bien entre mi mujer y yo. Oí pasos. Encendí la luz de la mesa de noche y me quedé atento escuchando. 

Por algunos minutos no escuché más pasos. Podría haber sido un gato. Los gatos callejeros a veces son como la gente, pero más libres. Estaba por apagar de nuevo la lámpara cuando de nuevo escuché ruidos. Esta vez me levanté y caminé hacia la sala, encendí las luces y miré por la ventana hacia el patio. No había nada ni nadie. En el techo del vecino de enfrente miré a un gato blanco. Bien podría haber sido el de los ruidos. 

Encendí la televisión para ver alguna película en línea. Encontré una sobre un asesino que por las noches entraba a robar y matar aleatoriamente. No fue una buena elección. Puse una comedia para pasar el rato. Escuché de nuevo pasos, esta vez claramente caminaban sobre el césped. Me asomé por la ventana de la sala, luego por la ventana del dormitorio del fondo y luego por la de la cocina. No vi nada. Quizás me estoy volviendo loco, pensé. Nunca nadie ha entrado a robar a la casa. 

No escuché nada más durante media hora. Ya estaba empezando a dormirme otra vez cuando escuché de nuevo los pasos. Ahora en el techo. Con una escoba golpeé el techo, para que supiera que yo sabía que estaba ahí. El corazón me latía rápido. No escuché más pasos. Probablemente se había quedado quieto. Encendí y apagué repetidamente la luz del garage para confirmarle que yo estaba atento. Miré de nuevo por la ventana de la sala hacia el jardín. Después de unos cinco minutos, otro gato, ahora negro, saltaba desde el techo.

Esta vez decidí sacar mi bate de béisbol de aluminio y salir a ver el jardín y el patio trasero. El corazón seguía latiendo rápido. El viento hacía moverse las láminas del techo del garage. La vecindad estaba en completo silencio. A lo lejos sonaba el ladrido de un perro. La luna estaba casi llena y el cielo despejado. No vi ni escuché nada. No había ni gente ni gatos, pero yo sentía una presencia que no podía explicar. Algo o alguien que estaba allí y que no se iría.

Entré de nuevo a la casa, puse la televisión a volumen bajo para seguir escuchando los ruidos de afuera. Ya estaba dejándome llevar por la trama de la película cuando escuché de nuevo los pasos. Eran bien definidos, no era un gato, de eso estaba seguro. Estaba en el jardín. Podía escuchar el césped crepitando claramente. Tomé de nuevo el bate de aluminio y salí decidido a enfrentar al invasor con todo y mi corazón casi explotando.

Abrí lentamente la puerta de la sala, pero no había nadie detrás. Con el bate alzado con mis dos manos salí hacia el jardín. Vi un par de ojos encendidos flotando, como sin cuerpo. Me miraban retadores. Caminé hacia ellos, hasta darme cuenta de que era otro gato. Solo logré ver su cuerpo blanco con manchas negras hasta que me acerqué. No se movía el infeliz. Tuve que gritarle que se fuera para que se moviera, y como con dudando, sin decidirse del todo, como si olvidara algo, dio un salto hacia la pared y se fue a la casa de a la par. Seguí buscando al intruso, pero no había nada.

Me quedé agitado pero regresé a casa. Logré dormir por una media hora, hasta que de nuevo me despertó el ruido. Decidí salir con el bate y caminar por varios minutos por la casa. No hacía tanto frío. Todas las luces estaban encendidas. Vi el reloj de la sala por primera vez en toda la noche. Eran las tres de la mañana. Sentí que ya había perdido toda la noche. Encendí la computadora para trabajar en un sitio web. No avancé nada, y poco a poco comencé a sentir sueño. Me fui a acostar a las cinco y media de la mañana, con las primeras luces del día.

Dormí hasta las once de la mañana, cuando un gato maullaba afuera. Era el gato de la noche anterior, el cuerpo blanco con manchas negras. Salí y lo nombré Morfeo. Le di una sardina que tenía en la alacena y comió con gusto, después se fue por el techo. Después de almuerzo regresó mi familia. Fui con mis hijos al parque. La cena transcurrió en armonía.

Antes de ir a dormir salí a ver los alrededores de la casa. Todo parecía estar bien. Escuché de nuevo el ruido y era Morfeo, que visitaba. Había dejado un hueso de pollo en el jardín. Se fue de nuevo. Los gatos callejeros son almas libres. Esa noche dormí muy bien.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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