El futbolero


Siempre me gustó el fútbol. De pequeño jugaba chamuscas en la cuadra con mis amigos, a veces entre el lodo, a veces en el polvo. Jugábamos tardes enteras y regresábamos mojados de sudor a casa. Mis papás me enviaron a clases de piano para ver si dejaba el fútbol. Fui durante un año, tenía un cierto talento sin ser nada del otro mundo pero yo quería jugar. De adolescente ingresé a un equipo de ligas menores. Jugaba entonces en todos los partidos que podía durante el fin de semana. 

Después pasé a jugar a ligas amateur. Varias veces me ofrecieron ir a uno de los equipos profesionales pero nunca se concretó nada. Cuando me hice novio de la que después fue mi esposa ella iba contenta a verme jugar. Al poco de casarnos ella ya no quería saber nada de eso. No pudimos tener hijos. Después de siete años de casados nos terminamos separando y ese mismo año me lesioné de la rodilla derecha. Me operé pero no quedé bien.

Entonces hice lo que no hacía mucho hasta entonces, ver partidos por la tele e internet. Llené mis fines de semana de fútbol. A veces invitaba amigos a la casa para ver partidos importantes. Se terminaban aburriendo porque yo seguía viendo partido tras partido. Subí un montón de peso. Y me dolía más la rodilla, algunas noches no podía dormir del dolor y me ponía a ver repeticiones de partidos. Me suscribí a todos los servicios de streaming que pude para poder ver los partidos. Poco a poco empecé a ver otras ligas, otros torneos no tan conocidos, ligas femeninas y menores. Procuraba ver los partidos más importantes del fútbol mundial y a veces como son al mismo tiempo escogía cuál miraba en directo y cuál miraba en diferido.

Iba a la oficina a trabajar y ponía partidos en la computadora con audífonos puestos. Cuando empezó la pandemia fue al mismo tiempo lo mejor y lo peor. Lo mejor porque podría ver partidos tranquilo poniendo mis bocinas, pero también lo peor porque no había otra cosa más que fútbol. Si por alguna razón tenía que ir a la oficina me ponía muy mal, me entraba una ansiedad incontrolable que solo se calmaba al regresar y ver uno o dos partidos. Aumenté aún más de peso.

Los fines de semana era de pedir comida a domicilio y empezar la jornada a las 7 de la mañana para ver los primeros partidos en la liga inglesa. Cuando me bañaba ponía una mi bocina bluetooth para escuchar comentarios de los equipos, previas y post partidos. Aunque muchas veces estuve a punto, nunca quise apostar. Creo que hubiera sido mi perdición porque seguro me habría vuelto adicto. Procuraba siempre quedarme dormido con alguna repetición de algún partido que me hubiera gustado. 

En mi oficina de la casa tenía los dos monitores del trabajo y una televisión con partidos al centro, entre los dos monitores. Si había alguna reunión virtual, solo le quitaba el volumen. No me di cuenta cuándo, pero había días en que no escuchaba nada de música, solo cosas de fútbol. Cuando no encontraba partido interesante -cosa rara- que ver en línea ponía partidos de los mundiales. Digo cosa rara porque en realidad cualquier partido es interesante. Los partidos que más he visto de mundiales son las finales de México 70 y México 86. Pelé y Maradona siempre fueron un fútbol aparte.

Un día de tantos viendo archivos viejos en la computadora vi fotos de cuando jugaba al fútbol. Me agarró un poco la nostalgia. Una vez fui campeón de un torneo de barrio. Logramos tener un buen defensa y un buen delantero y para las finales le pagamos a un ex portero profesional. La final la ganamos con un gol a último minuto a pase mío. En esas fotos salgo muy feliz. No recuerdo haberlo estado tanto como aquella vez. La rodilla me empezó a doler de nuevo bien fuerte. Se fue calmando poco a poco el dolor viendo partidos.

Un fin de semana intenté no ver tanto fútbol. Escogí varias películas y hasta compré un par de libros. Vi una película y comencé a leer uno de los libros. Creo que avancé unas diez páginas antes de poner el primer partido. Al fin y al cabo a nadie le hace daño que yo vea fútbol a todas horas, pensé. De vez en cuando mi hermana me llamaba y me pedía que fuera un domingo a almorzar con ella y mis sobrinos y yo mentía que estaba ocupado para quedarme en casa viendo fútbol. Antes solía ir a visitarlos para los cumpleaños.

Fui donde una nutricionista porque ya me estaba preocupando mi peso. Todos los exámenes de laboratorio salieron con indicadores disparados. Escuché atentamente a la nutricionista hablar de la importancia de una dieta balanceada, de un mínimo de ejercicio y de las consecuencias del sedentarismo y la mala alimentación Seguí la dieta y salí a caminar durante dos semanas y un día mandé a traer pollo frito y se acabó todo. Me puse a ver los partidos y a comer como siempre. 

Un día de tantos escuché una conversación en la panadería. Los adictos no se curan, se rehabilitan, le decía una señora a otra mientras le contaba la historia de su sobrino adicto a la heroína. Esa frase se quedó dando vueltas en mi cabeza por varias semanas. El vicio del fútbol ya estaba pasando factura en el trabajo, había bajado mi productividad y me habían llamado la atención varias veces. 

Llamé a mi hermana y la invité a almorzar. La esperé en un restaurante donde estaban pasando un partido de fútbol. Al llegar ella le dije que nos fuéramos a otro lugar. Me dijo que le daba pena mi situación y podía ayudar, pero yo era el que tenía que tomar decisiones. Y que la primera decisión debía ser ir donde un profesional. 

Decidí intentarlo por mí mismo. Me inscribí a una academia de música a estudiar teclado. Retomé la dieta y el ejercicio. Volví a visitar a familiares y a juntarme con amigos. Pedí volver a la oficina en lugar de trabajar desde casa. Llevo unos cuantos meses de haber empezado la rehabilitación. No soy tan malo para el teclado.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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