Entre los colegas que venían de Honduras para entrenamientos en Guatemala estaba Francisco, un compañero un tanto nervioso pero buena onda que había venido varias veces. Era un tipo reservado y muy religioso que siempre cargaba su biblia y si había oportunidad te predicaba sobre la vida en Jesús. Era bueno en su trabajo y cumplía sus metas de ventas, así que los dueños de la empresa estaban contentos con él. Cuando con los demás salíamos a tomar algunos tragos él no nos acompañaba. Sin embargo, la última vez que vino por acá se unió al grupo y me solicitó que yo no permitiera que se emborrachara ni que se cogiera a nadie.
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