El jugador


 La primera vez que entré a un casino perdí todo el dinero que llevaba, que era poco, en las máquinas tragamonedas. Luego volví a ir y tripliqué lo que llevaba. Una tercera vez lo cuadripliqué. No volví a ganar igual pero el vicio ya lo tenía. La esperanza de ganar es lo último que se pierde. El casino a donde iba era un lugar agradable, sin frío y sin calor, con mujeres bonitas que te llevaban todas las bebidas que quisieras.

Claramente el casino era mejor lugar que mi casa, en donde había una mujer a la que ya no quería y dos hijos que me ignoraban jugando la playstation o viendo la pantalla pantalla del celular. Una vez dejás de ser el héroe que lo sabe todo ya no hay paso atrás, y pasás a ser el viejo fracasado y caduco que no sabe nada de la vida moderna.

Casi siempre lograba controlar mis gastos del casino. Lo tenía en el excel de mi presupuesto mensual. Lo consideraba como mi terapia personal. Los fines de semana era de ir al casino gastar todo lo que llevaba y regresar a dormir. En ocasiones alguna reunión familiar interrumpía la rutina pero no era lo usual. Hasta tuve una novia jugadora que trabajaba como visitadora médica. Era muy guapa Raquel. A veces todavía la extraño.

Con Raquel probamos todas las máquinas de los casinos y en ocasiones compartíamos el dinero. Como usualmente terminábamos sin dinero teníamos sexo en alguno de nuestros carros. Una vez ella se ganó un premio de varios miles y fuimos un fin de semana a Panajachel en donde por supuesto visitamos el casino del hotel en donde nos hospedamos.

Raquel siempre me decía que debíamos dejar el vicio de las máquinas tragamonedas y los bingos antes de perderlo todo. Tenía razón por supuesto, pero una cosa era decirlo y otra cosa dejar el juego.

En una ocasión en que ella no llegó al casino uno de los amigos de ahí me invitó a jugar en la mesa del póquer. Le dije que no sabía nada del juego y que no me interesaba. Entonces me dijo que no podía ser, que tenía que aprender. Así que me explicó con un mazo de cartas en uno de los sofás del lugar. No me convenció, pero algo aprendí.

Un tiempo después Raquel decidió que ya era mucho y que dejaba el juego. Me rogó para que yo también lo hiciera. Lo intenté, juro que lo intenté. Estuve fuera de los casinos por casi dos meses hasta que por alguna tontería nos peleamos y volví al vicio. Ya no respondió a mis llamadas ni a mis mensajes. Desesperado un día fui a enfrentarla a la empresa donde trabajaba. Me sonrió un poco con tristeza, un poco con ternura. Me pidió que ya no la buscara y se despidió con un beso en los labios. Se había portado tan bien conmigo que ya nunca la busqué porque lo que más temía era que me terminara odiando.

El casino ya no era lo mismo sin ella. Aburrido, me dejé llevar y terminé en la mesa de póquer, en donde mis pérdidas aumentaron y en poco tiempo me quedé casi sin nada. El amigo que me había enseñado a jugar era parte de una red de estafadores profesionales y cuando vio que yo ya no tenía nada me ofreció ayudarme con las deudas si yo entraba a la red. El juego era arreglado y se trataba de pescar incautos con dinero para que cayeran. Era cuestión de estudiar bien a la gente porque lo que se quiere es que no digan nada si se dan cuenta de la trampa.

Ellos operaban en varios casinos de forma sigilosa en componenda con algún gerente o encargado. También tenían su propio casino clandestino. A mí me tocaba rondar por las máquinas tragamonedas y los bingos para hacerme amigo de la gente que llegaba y captar nuevos jugadores. Ellos a cambio me pagaban un sueldo y me daban dinero para gastar en los casinos.

Un día en que me enfermé de una fuerte gripe y no asistí al casino de turno el dueño de uno de los casinos los descubrió y los echó. Avisó a los dueños de otros casinos importantes. Una semana después apareció muerto uno de los cabecillas y desapareció otro. Lo que habían estafado durante el tiempo en que operaron sumaba dos millones de dólares según uno de los empleados del casino en donde los descubrieron. Yo terminé vetado en todos los casinos importantes. Durante una semana enfrente de mi casa se estacionó un carro de vidrios polarizados que me seguía a todas partes.

Decidí irme de mi casa y cambiar de celular y de carro. El cambio me hizo bien, y hasta logré mejorar la comunicación con mis hijos. Me considero afortunado porque durante mi época de juego vi perder todo a mucha gente y yo salí relativamente ileso.

Ahora juego en casinos virtuales sin apostar dinero. En ocasiones voy a alguno de los casinos en que no estoy vetado con la esperanza de encontrarme de nuevo a Raquel.

Ella no ha vuelto a aparecer.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

Artículo Anterior Artículo Siguiente