El oficinista desaparecido


Un día de tantos desapareció Joaquín, un empleado de la oficina. Hacía bien su trabajo, era puntual y ninguno le conocía ningún vicio. Estaba casado, tenía dos hijos e iba a la iglesia. Un tipo normal, un tipo promedio. Dejó de llegar a la oficina un miércoles sin decir nada y ninguno prestó mayor atención, hasta que la esposa preocupada llamó para preguntar si sabíamos algo de él.

Lo único que sabíamos en la oficina es que él se había ido a las cinco de la tarde del miércoles 26 de enero, como todos los días, con su traje gris de siempre y sus lentes redondos. Se había despedido de todos los compañeros, y Bety, la encargada de ventas, lo encontró en la puerta cuando ella regresaba de comprar un refresco. Joaquín le dijo a ella algo que sonó como a despedida después de que se supo de su desaparición: “usted vuelve y yo me voy, buenas tardes”. Sonrió amablemente, según Bety y se fue caminando hacia la parada de bus, como todos los días, mientras hacía una bonita tarde.

Porque hay que apuntar que esa tarde de enero en que Joaquín desapareció el clima era templado y había hermosos celajes en el cielo. Yo recuerdo que ese día no hubo mucho tráfico y llegué pronto a casa. Otro compañero dijo que esa misma noche se había reconciliado con su esposa, después de una pelea que habían tenido en diciembre. Gustavo, el gerente de la empresa, contó que a las cinco de la tarde, justo cuando vieron a Joaquín por última vez, había cerrado un negocio importante.

Varias cosas buenas más pasaron esa tarde en que desapareció. Al mediodía el tema del almuerzo fue Joaquín, su carácter reservado pero amable y su desaparición. La versión que fue más aceptada fue la de que se había ido de luna de miel con alguna novia, que no había nada de qué preocuparse. Intentamos llamar a su celular, pero estaba desconectado. En redes sociales solo aparecía en facebook, y su última publicación había sido en diciembre, con un saludo navideño y bendiciones.

El fin de semana no supe nada más ni me interesó. Joaquín no era un tipo con el que se pudiera hacer bromas o salir de tragos, ni le entusiasmaba ningún deporte. Ese fin de semana me fui con mi novia al cine y la pasamos bien en su apartamento. Le conté del caso pero tampoco le prestó mucha atención. Dábamos por sentado que aparecería el lunes y el mundo seguiría igual.

Pero no apareció, ni llegó a la oficina el lunes. La familia ya había dado la alerta de persona desaparecida a las autoridades y Gustavo, el gerente, pidió que en nuestras redes sociales publicáramos sobre desaparición con su foto y sus datos.  El miércoles aún no teníamos noticias de él, y Gustavo me asignó las tareas más importantes que hacía Joaquín, lo que me molestó un poco, pero bueno, la situación era para preocuparse y ayudar, no para protestar.

Joaquín estaba encargado de enviar correos electrónicos y llamar a los clientes como seguimiento del proceso de venta. No era poco el trabajo pero decidimos que por el momento lo haríamos con los clientes más importantes, en tanto apareciera. Pasó la semana entera y nadie tenía noticias del hombre. Lo empezamos a dar por muerto, porque en este país así es como cerramos los casos de desaparecidos.

La esposa de Joaquín llegó a recoger el pago de fin de mes. Gustavo no descontó ningún día. Creo que le tenía aprecio por ser buen trabajador, de esos que cumplen y no protestan. Ella pasó a saludarnos y a preguntarnos si no le podíamos dar pistas o ideas de qué le pudiera haber pasado. Yo tenía acceso a su cuenta de correo electrónico de la empresa, pero no veía nada que indicara algo sospechoso.

Pasó un mes y luego otro. Yo ya estaba cansado de salir tarde y finalmente Gustavo decidió contratar a otra persona, descartando el regreso. Como gesto solidario, pagó a la esposa las prestaciones completas y le pidió nos informara en cuanto apareciera. Él tenía su puesto en la empresa. Lo dijo más en tono de condescendencia porque nadie creía que fuera a aparecer.

La empresa entró en una buena racha de ventas, yo ya estaba haciendo planes para casarme y todo parecía ir bien. De tanto en tanto recordábamos a Joaquín, pero creo que nadie, salvo Gustavo parecía preocupado. Luego me enteré de que Gustavo había sufrido la desaparición de su hermano y que fue hallado muerto en tiempo de guerra a mediados de los ochenta. A él le afectaba hablar del tema.

Pasaron los meses y finalmente en septiembre vi de nuevo a Joaquín caminando a las cuatro de la tarde por la avenida central del centro histórico, con una sonrisa calma, una playera de Los Beatles y un helado en la mano. Lo vi de lejos, apuré el paso y crucé la acera para encontrarlo, pero se metió a un almacén y no pude hallarlo. Llamé a Gustavo y él avisó a la esposa. Los esperé por el lugar donde lo había visto, ella llevaba una foto y preguntamos en el almacén donde se me perdió. Nos dijeron que entró al baño y salió después y caminó por donde había venido. Pensamos que era posible que me hubiera visto y que se escondió y salió en una distracción mía.

La esposa hizo una búsqueda por semanas en el centro histórico, pero no encontró pistas fiables.

Pasaron más meses y ya estábamos en enero del siguiente año, en vísperas de la desaparición de Joaquín. Nos inventamos muchas historias en ese tiempo, que se aderezaban con la aparición que yo había visto. Algunos insinuaban que yo no lo había visto, sino que había sido algún fantasma o algo así.

El 27 de enero del año siguiente a su desaparición, a las ocho de la mañana, con su traje gris de siempre y sus lentes redondos, se presentaba Joaquín a la empresa, ante el asombro de todo el personal. Entró directamente a la oficina de Gustavo, mientras todos esperábamos atentos el resultado de la reunión. Joaquín salió como que si nada y pasó a saludar a la oficina donde trabajaba como si nada hubiese pasado. Se disculpó por haber faltado tanto tiempo sin aviso y además preocuparnos, pero según dijo, eso era lo que tocaba que hacer.

Gustavo no lo aceptó de regreso en la empresa y le dijo que era una broma de muy mal gusto ausentarse tanto tiempo y preocupar a tanta gente. Según nos contó después, Joaquín no se inmutó y sólo atinó a disculparse y dijo entender que ya hubiera espacio para él dentro de la empresa. Lo único que hizo fue pedir una carta de recomendación como último favor que le pediría a la empresa.

No contó a nadie detalles de su desaparición, se limitó a decir que el no se había perdido, al contrario, se había encontrado, de una forma espiritual.

Joaquín consiguió empleo un par de meses después en un edificio cercano a la oficina. La mayoría de los compañeros lo miraba de forma rara y si se lo encontraban por la calle evitaban saludarlo o cruzaban la calle. Después de algún tiempo a mí me empezó a parecer fascinante que alguien se desconecte de su vida un año y vuelva de lo más tranquilo, sin preocupaciones, sano y salvo, como si nada hubiera pasado.

Procuraba entrar y salir de la oficina a una hora en que pudiera verlo y saludarlo. Él seguía andando en bus como siempre y su rutina, su traje gris y sus lentes redondos eran iguales. Dándose cuenta de mi curiosidad un día me invitó a un café.

Morales, me dijo, porque así me llamaba en la oficina, le voy a contar algo porque veo que usted no se quedará tranquilo si no lo hago, dijo mientras endulzaba su café. La historia es sencilla, me desesperé de la vida que llevaba e hice una pausa. Nadie lo entiende porque nadie lo hace, porque nadie se atreve. Me fui a un pueblo de Alta Verapaz en donde todo es barato y ahí abundaron los ahorros que tenía. Trabajaba como maestro ocasional ad honorem en una escuela, porque en cualquier lado está mal visto que alguien no trabaje. Luego me cansé de esa vida y llamé a mi mujer y le pedí posada, no le pedí que me perdonara si no quería, pero debía volver y ver a mis hijos. Tal como lo presentía ella me pidió el divorcio pero mis hijos me recibieron con alegría. Mi padre y mi madre me recibieron como a un hijo pródigo y lloraron mucho al verme. Mi mujer también lloró mucho, por todo lo que le hice pasar. Pero yo no tenía disculpa y lo comprendía.

No pido que me entienda, Morales, pero uno se cansa de vivir la vida en función de los demás, en función del sistema, en función del trabajo, en función del tráfico maldito de la ciudad. Correr a todos lados para ir a ninguna parte. Vivo ahora solo para los fines de semana con mis hijos, y para colaborar en la manutención. Pero quizás algún día me canse y me vuelva a ir como la otra vez, o para siempre.

Dicho esto y asomando un dejo de tristeza por su rostro, se terminó el café, pidió la cuenta y se marchó con un saludo cordial. Lo vi irse y perderse por las calles de la ciudad.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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