El tesoro de Pie de Lana


UNO

—Estoy seguro que el tesoro de Pie de Lana está en la casa de doña Tina, la maestra. Todo será cuestión de convencerla para que nos deje hacer un par de hoyitos y sacarlo. Le tenemos que dar una su buena parte, porque ni modo que se quede sin nada. Pero te digo, ese tesoro está en joyas y oro, deben ser por lo menos un par de milloncitos de pesos —le decía el Tono al Tito en la cantina de doña Tona, después de acabarse el primer octavo de la tarde.

El Tono de repente, de un día para otro, un día de tantos, había empezado a ver el futuro y otras cosas. Le dijo un día al patojo de don Tin, el de la panadería, que no anduviera en bicicleta porque había visto que un camión le iba a pasar encima ese día, pero el patojo sólo se burló, como hacían siempre todos los patojos de la cuadra con el Tono, y siguió echándose los roles en la bici. Un rato después de estar dando vueltas, el patojo mula no se dio cuenta de que venía una moto toda despetacada. La moto se lo pasó trayendo, lo hizo dar tres vueltas en el aire y el patojo cayó en frente al camión de la Pepsi que estaba parado frente a la tienda de doña Gladis. El de la moto se levantó rapidito y se fue a la chingada. Cuando el patojo de don Tin salió del hospital, vino contando que el Tono le había predicho que lo iban a atropellar, que no había sido un camión (gracias a Dios), pero sí había caído frente a uno.

Después el Tono adivinó que don Juan, el mecánico, se iba a pelear con el amante de su mujer, un tipo que llegaba a su casa en carro y de tacuche todos los martes y los jueves a las tres de la tarde, cuando don Juan no estaba. Un miércoles el Tono le dijo al Tito, su fiel compañero de chupe, que don Juan se iba a echar riata con el entacuchado al día siguiente. El Tito se lo contó a don Pepe, el carnicero, quien se encargó de pasar el norte a toda la cuadra. Por eso es que toda la gente estaba afuera de su casa el jueves en la tarde, esperando que algo pasara. Y ocurrió que don Juan regresó de su chance porque se le había olvidado su cédula y necesitaba cambiar un cheque en el banco. Al llegar don Juan a su casa, se encontró a los dos adúlteros empelotados en plena interactividad reproductiva. Don Juan se puso furioso y los sacó, desnudos como estaban, a la calle, en medio de insultos y disparos al aire de su 38 especial. Alguna de las doñas sacó un par de sábanas y los amantes tuvieron que esperar escondidos en la tienda de doña Gladis a que don Juan se fuera a la mierda, en medio de todas las bocas abiertas de la cuadra. Al regresar a la noche don Juan, encontró la casa totalmente vacía.

A esos dos adivinamientos siguieron el de la muerte de don Chus y el casorio de la colocha del lote 23. A don Chus lo mataron unos mareros al quererlo asaltar dos días después de que el Tono le diera un abrazo de bolo con lágrimas en los ojos, despidiéndose. Algunos pensaron que el Tono estaba prediciendo su propia muerte. Qué decir de la sorpresa que causó el repentino casamiento de la colocha del lote 23, a la que todos los hombres de la cuadra conocían rebien, una semana después de que el Tono dijera en la panadería de don Tin que a la mara se le iba a acabar la fiesta un día de estos.

Por eso es que al Tono no le costó mucho convencer a doña Tina, la maestra, para que los dejara a él y al Tito cavar algunos hoyos en su casa para buscar el famoso tesoro de Pie de Lana. Doña Tina dudó al principio, pero fue ella misma la que le entregó la piocha y la pala, un viernes, a las once en punto de la mañana.


DOS

Doña Tina era una maestra soltera y retirada que vivía con dos tías, también solteras, que se sostenían cómodamente de sus rentas. Se cuenta por ahí que alguna vez la seño Tina tuvo un gran amor, de esos que te vuelven loco hasta el ridículo y que el tipo con quien se iba a casar, una semana antes de la boda, se escapó. Años después alguien lo vio al hombre en una cantina llorando a moco tendido, pero no por la seño Tina, dicen.

El Tono y el Tito de vez en cuando la chuleaban para que les diera de almorzar, porque la seño Tina era buena onda sobre todo, aunque algo pendeja, todo hay que decirlo.

Entonces el Tono a las once en punto de la mañana de un viernes de marzo, tomó la piocha y empezó un hoyo en la parte de enfrente de la casa, a la par de un limonar que no había modo que diera limones y ante la vista de todo el vecindario, porque la casa de la seño Tina a pesar de un par de robos que había sufrido, no tenía más que una malla y una puerta de barrotes a través de los cuales se miraba sin dificultad hacia adentro. La primera que se acercó a supervisar el trabajo fue la colocha del lote 23. El Tito calientón se puso a platicar con ella, por aquello de que la que es vuelve, pensaba. El Tono se enojó y le gritó al Tito que dejara de casaquear y trabajara, que si no, ya no iba a tener su parte del tesoro, que se lo decía de buena onda.

Acto seguido, cuando el Tito tomó la pala, el Tono se puso a platicar con la colocha, que le preguntaba que cómo había visto el tesoro, que si en sueños o en visiones.

—Pues vas a ver colocha de mi corazón, que fue más o menos como dice la Biblia que se apareció Jesús resucitado —mentía el Tono—. Una noche, ya de madrugada, me levanté a oscuras a tomar un alcaselser, porque me habían hecho daño unas bocas que había comido. Y entonces vi un resplandor blanco con un cofre de metal abierto, con monedas de oro, joyas preciosas, collares y un montón de cosas más. Después vi clarita, como si fuera de día, la casa de la seño Tina.

La colocha sólo sonreía coqueta, y pensaba que se había equivocado de marido, que mejor se hubiera esperado, aunque el Julián no estaba nada mal el jodido, pero era pobretón.

—¿Y me vas a regalar algo del tesoro? —preguntaba la colocha, aprentando un poco las chiches, acariciándose las costillas con las manos.

El Tono iba a responder que sí, que cómo no, cuando salió la seño Tina y le gritó a la colocha que se fuera, que no anduviera calentando a los trabajadores. La colocha dijo entonces que se iba, dio unos pasos para marcharse, volteó a ver al Tono, y se despidió con un guiño y sonrisa pura de colgate palmolive.

Después de la distracción los buscatesoros siguieron con su trabajo. Pero luego llegó el mediodía y la seño Tina les ofreció un su caldito de frijoles con queso de Patulul y tamalitos de chipilín, pero no dejó que el Tono destapara el par de octavitos que llevaba y se los arrebató diciendo que se los devolvería, pero al final de la jornada de trabajo.

A la tarde se asomó don Juan, el mecánico cornudo, y les empezó a ofrecer que cuando quisieran, que él les prestaba el pick-up si lo necesitaban. Doña Gladis, la de la tienda, se unió a la plática y les dijo que si querían huevitos para el desayuno de mañana, que pasaran por una su media docena a la noche, que al otro día necesitarían energías para continuar la búsqueda. Don Tin, el panadero, pasó por ahí cuando doña Gladis ya se iba y les entregó una bolsa con una tira de francés, unos panes de manteca y unas champurradas. Ya sólo les falta el cafecito, les dijo.

Y así pasó toda la cuadra saludando, menos don Pepe el carnicero, al que se le había metido que toda esa historia del tesoro de Pie de Lana eran puras cosas del cachudo, que Dios nos libre de los desastres que van a ocurrir, esto no va a traer nada bueno, yo se los digo, los adivinamientos van contra lo que dice la Biblia, que él al principio lo había tomado normal, pero el pastor de su iglesia, que es muy sabio, le había dicho que esas son cosas del demonio, que tuviera cuidado, que ni loco se asomaba por ahí.

El Tono y el Tito, con tantas interrupciones en el primer día de trabajo, no avanzaron mucho, apenas hicieron un hoyo de unos cuantos centímetros de profundidad. Además de que se fueron temprano porque en la cantina de doña Tona les habían ofrecido que el primer par de octavos era gratis. La seño Tina se enteró de eso y ya no les devolvió los octavos que había confiscado.

La cruda no los dejó trabajar al día siguiente, sábado. De nuevo se volvieron a poner a moronga y sufrieron todo el domingo con la cruda doble, por supuesto. Llegó el lunes, y ya a las ocho de la mañana en punto, como si fuera un chavito boiescáut, fresco y dispuesto como una lechuga, el Tono estaba en la puerta de la seño Tina para seguir con la búsqueda. La seño Tina le abrió muy emocionada, porque curioseando el fin de semana entre la tierra que habían sacado ellos, encontró algo que quería mostrarle al Tono.

TRES

—Pero seño Tina, no joda hombre, eso sólo es una moneda vieja, el tesoro de Pie de Lana es mucho más antiguo —dijo el Tono cuando vio la monedita de mediados de siglo que le enseñaba la seño Tina.

La seño Tina se molestó y el Tono se tuvo que disculpar y de inmediato empezó el trabajo, porque estaba convencido de que iba a encontrar el mentado tesoro, como que se llamaba Antonio García. Nuevamente fueron llegando todos los vecinos curiosos, pero el Tono estaba decidido a no hacerles caso y trabajar, ya habían sido muchos años de medio trabajar para medio pasarla, esta era su oportunidad de demostrarle a la gente lo que valía. Durante la mañana fue amontonando la gente en la entrada de la casa de la seño Tina; todos esperaban ser testigos del hallazgo del siglo en una colonia donde nunca pasa nada, la gente miraba con admiración el trabajo del Tono. El Tono por fin era respetado por la gente, ya los patojos no se burlaban de él, las señoras lo saludaban en la calle y los hombres le daban la mano.

Estaba el gentío allí parado, cuando llegó Pepe el carnicero, con una biblia en la mano y gritando puro loco. Decía que dejaran la búsqueda, porque eran cosas del demonio, que lo que se estaban ganando era la condenación eterna, que eso lo decía la biblia, que mejor buscaran a Dios y le sirvieran. Citaba un montón de textos bíblicos, con sus capítulos y sus versículos y todo el rollo. Cada vez gritaba más fuerte y parecía que se le iban a romper las cuerdas vocales y la gente sólo lo miraba extrañada, como diciendo este cuate qué onda qué rollo, cuando en eso se le acercó don Juan, el mecánico cornudo, a darle una trompada seca y contundente, que causó las risas de la gente y la huida despavorida del carnicero, que siguió gritando que se arrepintieran, que ya había cumplido con avisarles.

Mientras tanto, el Tono seguía cavando el hoyo con fe. La gente empezó a preguntarle qué había pasado con el Tito, y el Tono les contó que había ido a su casa, pero que como nadie respondía, se había venido a trabajar. De seguro estaba todavía de goma, les dijo. A la tarde el Tito seguía sin aparecer, pero el Tono continuaba su trabajo, sin ponerle atención a las viejas y a los patojos que se le quedaban viendo desde afuera. De vez en cuando salía la seño Tina a decirles que se fueran, que no molestaran al Tono, que parecía que no tenían nada que hacer.

A las cinco de la tarde en punto, el Tono suspendió la labor. Había hecho un agujero de unos cuatro metros de profundidad, pero nada. El Tono sólo jaló sus cosas y se fue a su casa, ante la mirada atenta de la gente, que no le preguntó ni le dijo nada al verle la cara seria, suficiente y altiva. Se fue a tomar un octavo a la cantina de doña Tona y se encerró en su casa.

Cuando llegó el Julián del trabajo, la colocha se lo convenció para ir a la casa del Tito a ver qué le había pasado, puesto que nadie lo había visto salir ni había llegado a la casa de la seño Tina para trabajar en la búsqueda. Estuvieron somatando la puerta un buen rato, hasta que el Julián se decidió a forzarla, porque esto no es normal colocha, a este cuate algo le pasó y la colocha sólo respiró profundo y se persignó. El Julián a patadas y empujones derribó la puerta, como en una película gringa de policías, y encontraron tirado y tieso, muerto cadáver, al Tito. La colocha pegó el grito desaforado que acostumbran las mujeres en estos casos, y el Julián se acercó para ver si de veras no respiraba nada el Tito.

—A este pisado lo mataron —dijo el Julián, seguido de un grito de alma en pena que pegó la colocha, y que se oyó en toda la colonia.


CUATRO

Al oír los gritos de la colocha, toda la marabunta se dejó venir y en un ratito todos estaban apuñuscados en la puerta de la casa del Tito. Por ahí resultó el primo de don Juan, el mecánico cornudo, que diz que había estudiado tres años de medicina y se acercó y le revisó los signos vitales al Tito y dijo que sí que estaba muerto, pero que el Julián era un exagerado porque el cuerpo no tenía signos de violencia ni nada que ver, por lo que al Tito no lo había matado nadie sino que se murió solito. ¿Y de qué se murió?, pues a saber, porque verá usté, yo no terminé de estudiar medicina, sólo llegué hasta el tercer año y me tuve que salir de la U por problemas de inflación de la panza de mi mujer.

La gente se estuvo un buen rato ahí hasta que a alguno se le ocurrió llamar a la policía y el resto del día se pasó la cosa con el Ministerio Público, el juez de paz (que llegó con sus buenos tragos encima), hasta que se llevaron al pobre Tito a la morgue para ver de qué se había muerto. Al otro día, se supo que el informe del forense no decía nada más que “muerte por causas naturales”, y aunque más de algún shute quiso averiguar un cacho más, no se supo nunca de qué se había muerto el Tito. Bien se sabe que cuando el muerto no es importante, ya la mara no se toma la molestia de saber qué pasó.

El Tono, por su parte, aprovechó para trabajar tranquilo al día siguiente. No quiso ir al entierro, porque no lo iba a aguantar. Sabía que el Tito, como buen compa que era lo hubiera seguido apoyando, aunque de vez en cuando tuvo que parar el chance porque las lágrimas se le asomaban y los mocos se le salían. Ya no tenía con quién chupar a gusto, con quien reírse a carcajadas de puras muladas sin sentido, ya no tenía a quien chingar de mula, quien le hiciera la pala cuando las cosas iban mal. El Tito era su carnal desde chirices, y eso se había terminado. Terminado para siempre, y ahora le tocaba seguir en el mundo, con su vida de todos los días, sólo que un poco más solito, un poquito más triste.

La seño Tina, al verlo ahí moqueando, para el almuerzo le dio a tomar uno de los octavos que les había confiscado al Tito y a él la semana pasada. Pero el Tono almorzó sin ganas, como por obligación, volteando a ver a la ventana porque de repente, quien quitaba, el Tito se asomaría y lo saludaría y se sentaría a la par de él para contarle sus cosas y reírse de sus chistes, a veces por buenos, a veces porque eran tan malos que había que reírse igual.

Por la tarde, pasaron enfrente de la casa de la seño Tina todos los vecinos, a darle el pésame al Tono, porque todos sabían lo cuatazos que eran. El Tono sólo paraba el trabajo cuando insistía mucho la gente, pero a casi todo el mundo le recibió el pésame de palabra, saludando con la mano y colocándose el puño derecho en el pulmón izquierdo.

Al final del día, el Tono ya se había cavado otros dos hoyos iguales que el primero, pero nada de nada. Volvió a su casa, y tuvo que hacerse el fuerte cuando pasó frente a la casa del Tito, fue al jardín de los canches del lote 37, se hueveó unas flores y las fue a poner enfrente de la puerta de la casa del Tito. Y se rezó, por primera vez en 20 años, un padrenuestro y un avemaría.


CINCO

El Tono regresó a su casa todavía tristón. Se hizo un par de huevos revueltos y un botecito de frijoles Ducal, vio que no tenía tortillas y fue a traer un quetzal y al regreso se pasó trayendo un su cuarterón de queso fresco. Al cafecito lo acompañó con un par de champurradas y los Simpsons en la tele.

Luego se echó en la cama con la radio puesta, y recostada la cabeza entre las manos, empezó a preguntarse cómo diablos le iba a decir a la mara que nunca encontraría el mentado tesoro de Pie de Lana. Así como al principio estaba seguro de que había un tesoro, ahora estaba seguro que era por gusto seguir buscando. Lo había sentido sin lugar a dudas cuando terminaba de cavar el tercer hoyo. Le parecía mala onda seguir cavando hoyos en la casa de la Seño Tina, que se había portado calidad con él. Pero también pensaba en lo que se veía venir: después de tantas atenciones y respeto, lo iban a latiguear a puro desprecio e indignación, si bien le iba.

Se preguntaba también que por qué chingados el pisado del Tito se tenía que suicidar por la Thelma traidora, si la muy cerota siempre le quemó la canilla a sabiendas. El Tito le había confiado sus intenciones tiempo atrás, pero el Tono, alucinado con la idea del tesoro no le había puesto mucho coco. Se sentía como la más vil, sucia y despreciable cucaracha de la faz de la Tierra, porque su cuate lo necesitaba, y él pensando en puras pendejadas. Lo bueno fue que nadie le daba color a los efectos del cianuro y que en la morgue se hicieron los locos, habiendo tanto matado a pura pistola todos los días, a uno que se había suicidado no había que hacerle mucho caso. Muerto tenía que acabar de todos modos. Fue mejor porque así nadie supo.

El Tono se durmió maquinando estas cosas y tuvo una pesadilla. Todos los vecinos se juntaron alrededor de él después de saber que decía que no había ningún Tesoro de Pie de Lana. Le empezaron a hacer preguntas, a cobrarle las cosas que le habían regalado y a pegarle con palos y escobas y a tirarle piedras, hasta que no pudo mantenerse en pie y cayó, y ya tirado, la gente lo pateaba y lo puteaba, le decía mentiroso hijo de puta, malnacido, nos engañaste, no te queremos aquí, mejor te hubieras muerto con ese tu cuate borracho, nunca fuiste nadie de provecho. El Tono se despertó gritando y sudando frío y no pudo pegar un ojo en el resto de la noche.

No le quedaba otra que enfrentarse a la gente, pero el cómo era la gran duda. Les tenía que decir la verdad, que no había tesoro. O tal vez no, tal vez sólo entretener la nigüa y seguir haciendo como si el tesoro existiera para hacerse tiempo y pensar. Pero pensar en qué. Tal vez era cuestión de ser sincero y de hablar sin pajas y decirle a la mara la verdad y buscar un trabajo de a de veras. Se recordó que hacía rato que lo venía rogando el Víctor, su primo, para que le ayudara con el puesto de shucos que tiene por el Liceo. Con aquél la cosa estaba segura, pero nunca le hizo caso porque siempre tenía en la mente poner un negocio propio, que nunca puso porque le daba miedo que no diera bola.

Algo tenía que cranear, porque de esta no iba a salir tan fácil. Ya la gente se hacía con su moneda de oro o alguna joyita del tesoro. Todo mundo sabe que no hay dinero fácil, pero siempre prefieren creer en salvaciones de último momento o en milagros de lotería. De ilusiones también vive el hombre.

Escuchando una canción de Los Temerarios, cuando el reloj marcaba las cuatro de la madrugada, al Tono al fin se le alumbró la ñola. Ya tenía la solución al problema, ya sabía cómo iba a deshacerse de esta brasa que tenía entre las manos. Cómo no se le había ocurrido eso antes. Se vistió y salió a la calle, antes de que se levantaran las de la tortillería -—que siempre eran las primeras en madrugar, parecían puros pollos—- dispuesto a terminar con todo este rollo en que se había metido.


SEIS

El Tono salió a la carretera a ver si alcanzaba el ruletero que pasaba tempranito con la gente que tenía que madrugar, pero se le escapó por unos cuantos segundos, por más que chifló y chifló no le paró, porque ya iba algo lejano y no escuchó el chofer. Esperó unos cinco minutos más y pasó un taxi y el cuate taxista respiró aliviado cuando entró, porque como le contó después en el trayecto al Tono, necesitaba los 30 tukis para regresar a su casa y darle desayuno y dejar algo para el almuerzo de sus chavitos, ya después vería cómo le hacía en el día para la cuota del taxi y la cena.

Llegó a la Terminal tempranito y ya estaba todo el movimiento de siempre, vendedores y compradores. Entre tanto puesto, le costó un poco encontrar el de su mamá, doña Tomasa, que al verlo por ahí después de mucho tiempo, no pudo evitar que se le saliera un lagrimón que tuvo que secar con su delantal. El Tono se acercó y le dio un beso en la frente y un abrazo, y le dijo, mama, estoy metido en un problema. Doña Tomasa respiró profundo porque esperaba que la cosa fuera algo grave, pero al escuchar lo del tesoro se alivió, aunque al enterarse del suicidio del Tito se puso muy triste. Yo al patojo ese lo quería mucho, te acordás Tono, yo les servía su horchata después de que andaban todo el día jocoteando en la calle echándose las chamuscas, pobre patojo tan burro, cómo se fue a matar.

Mire mama, la gente me va a linchar cuando les cuente la verdad, a menos que usté me ayude. Yo quiero que vaya con la seño Tina y se haga la muy preocupada, a ver qué sabe ella de mí, porque le dirá que yo vine con usté y le conté de una visita nocturna del finado Tito, que me pedía que no siguiera con la búsqueda del tesoro porque eran cosas del cachudo y que don Pepe el carnicero tenía razón, que eran puras cosas del diablo, y que la dejé preocupada. Y luego me hará el favor de ir a la carnicería con don Pepe a pedirle que le eche una exorcizada a lo evangélico a los hoyos en la casa de la seño Tina.

Entonces llego yo a la tarde, les cuento que en la mañana fui a la iglesia con el padre para que me echara agua bendita y me explicara lo del Tito. Si tengo suerte, el padre irá conmigo al lugar y de paso le echa el agua bendita a la casa del Tito, antes de que la ocupe otro, para exorcizar bien la cosa. Yo creo que la mara se va a tragar todo porque allá todos van donde los espiritistas a diz que quitarse el mal de ojo y los ‘trabajos’ que les hacen.

Doña Tomasa dudó un poco antes de decidirse, pero el Tono siempre fue su consentido, aunque el Angel y el Ramón fueron los hijos que siempre estuvieron con ella. Doña Tomasa le dejó encargado el puesto el resto de la mañana al Tono y se fue para la colonia, a ver si la gente se creía la historia.

Llegó con la seño Tina, y fue tan convincente que la pobre seño se persignaba y palideaba cuando doña Tomasa le iba contando todo el rollo. Cuando iba de camino a la carnicería de don Pepe ya había dejado a la seño Tina bien baboseada, tanto, que la seño sacó una su botellita de agua de Lourdes que tenía de cuando su hermana había ido de viaje a Europa, y la vació en los hoyos que había abierto el Tono. La colocha shute, que desde güira conocía a doña Tomasa porque su tía también tenía un puesto en la Terminal, se le pegó cuando iba con don Pepe el carnicero, quien las recibió a las dos de buena gana, y dijo yo se los dije a todos pero no me hicieron caso y tomó cartas en el asunto muy seriamente, sacó su Biblia y se fue a parar enfrente de la casa de doña Tina a hacer oraciones y a recitar unos salmos meros extraños, que ni él entendía muy bien, pero que sonaban chileros. Así se fue regando la bola entre la gente y para el mediodía, todos pasaban persignándose o diciendo me cubro con la sangre de Cristo, o cosas por el estilo.

El Tono al mediodía recogió todo lo del puesto de doña Tomasa y se fue a buscar al padre Héctor, al que se llevó casi a la fuerza para que le echara agua bendita al asunto y la cosa fuera más creíble. Al llegar al lugar con el Padre, ya toda la gente estaba congregada con la colocha y doña Tomasa en primera fila. El padre aprovechó para recriminarle a todos que por qué ya no iban a misa. Don Pepe el carnicero, estaba hasta atrás de todo mundo escuchando atentamente, porque su pasado católico le hacía ser respetuoso con los curas, y recordaba a su tío que había sido párroco de una iglesita de pueblo.

Terminó el padre la pequeña ceremonia y el Tono les habló a todos y les dijo que le dieran gracias a Dios de que no habían habido más muertes que la del Tito, y cuando decía esto se le quebró la voz y las mujeres como siempre tan fáciles para la lloradera, también empezaron a moquear. Entonces el Tono le echó tierra a los hoyos que había abierto ante la mirada atenta de todo el mundo, que lo miraba como mira la gente a los enterradores en los sepelios, enterrando para siempre las ilusiones de un tesoro y una vida más fácil y alegre. Algunas viejas resultaron cantando “perdona a tu pueblo Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor” y cada quien se fue a su casa. Y todo volvió a ser como antes al siguiente día. O casi.

Cuentan que después el Tono se fue a vivir con su mamá y que trabaja con su primo el Víctor vendiendo shucos por el Liceo. Que todo mundo fue a misa todos los domingos durante un mes entero, que la seño Tina se quedó con algo de miedito por todo este rollo y que de vez en cuando reza un rosario hincada en su patio, que don Pepe el carnicero se regresó al catolicismo, y que la colocha de vez en cuando se le escapa al Julián para ir a comer shucos al Liceo.

FIN

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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