La muerte del Chato


Si hubiéramos sabido que el Chato se nos iba a morir en Xela, mejor nos hubiéramos quedado en nuestras casas todo el fin de semana viendo películas, fútbol nacional y fútbol español. Nos hubiéramos enterado de que el Chato se había muerto y habríamos ido a su funeral y habríamos moqueado en el entierro (porque el Chato era buena onda), y al final habríamos regresado a nuestras casas tranquilos, tristones, sí, pero tranquilos. Pero el viernes el Chato estaba necio que quería ir a un concierto de unos sus cuates rockeros en Xela y además que iba a visitar a una su tráida allá. Que sí hombre muchá, nos decía el Chato, que va a estar chilero, vénganse, yo pongo el carro, no me quiero ir solito porque muy aburrido, háganme la pala, nos quedamos en la casa de mi tío Luis que ahora está desocupada. Y sí dijimos nosotros y nos fuimos con el Chato. En el carro fuimos oyendo el CD del Buena Vista Social Club con ese montón de viejitos cantando música cubana, chico. Íbamos bien alegres echándonos las chelas, esperando que no hiciera tanto frío en Xela, pero dispuestos a la chingadera. Tuvimos que hacer varias paradas técnicas en el camino para comprar más chela y bocas y descargar líquido. El Chato iba tranquilo porque estaba manejando, y como nos vio que estábamos algo a moronga, no nos pidió a ninguno que manejáramos para que descansara. Llegamos como a eso de las seis de la tarde, y fuimos al bendito concierto de los rockeros y nos conectamos a varias de las cuatas de la tráida del Chato y nos las llevamos a la casa del tío Luis después del concierto. Y allí pusimos música a todo volumen y le entramos un cacho a la bailadera con los culitos, que ya con sus chelas encima, empezaban a tirar balón grueso. Y otra vez los viejitos del Buena Vista cantando en el barrio La Cachimba se ha formado la corredera, y nosotros con los culitos bailando pegadito. Pero entonces el Chato mero burro se resbaló cuando salía a hacer no sé qué al patio y se pegó un pijazo en la cabeza con la orilla de una grada y le empezó a salir sangre a chorros. Y empezó a convulsionar mientras uno de los viejitos en las bocinas estaba diciendo se volvió loco Barbarito, hay que ingresarlo, y todos ahuevados. Y el Chato seguía convulsionando, hasta que poco a poco se quedó quietecito quietecito, sin respirar ni nada. El Chato ya había estirado la pata; a todos se nos pasó la moronga al instante. Empezamos a pensar en qué putas íbamos a hacer, qué va a pasar. Pensamos que mejor nos lo llevábamos de regreso a la capital en el carro y les dijimos a los culitos que se fueran a sus casas que nosotros las llamábamos para avisarles qué onda cuando ya estuviéramos en Guate, pero la tráida se nos pegó y no nos la pudimos zafar. Le limpiamos la sangre al Chato y limpiamos el piso, la sangre era exagerada, en un ratito ya se había formado un charcón. Intentamos meter al Chato en el baúl del carro, pero no nos cupo bien, así que nos lo tuvimos que llevar sentado en el asiento de atrás, hay que ver cómo pesan los muertos, nos costó sentarlo bien. Nos fuimos hechos pistola, el acelerador hasta el fondo todo el camino. En Los Encuentros había un retén de policía, y nos ahuevamos un cacho, pero no nos hicieron la parada. Pero en San Lucas había otro retén y ahí sí nos detuvieron los policías y empezamos a sudar frío. Uno de los chontes pidió los papeles y quiso que nos bajáramos todos, pero le dijimos que el Chato estaba muy a verga y nos dijo que no había clavo, pero le tuvimos que dar cien pesos para que no siguiera chingando. Fuimos a donde un cuate que es doctor y le dijimos que el Chato se había caído en un bar de aquí cerca y que le había salido mucha sangre y el cuate doctor lo vio y nos dijo que ya estaba muerto, y pusimos cara de asustados y empezamos a chillar y a hacer pucheros y a pegarle con los puños a las paredes. Entonces llamamos a los papás y vinieron y también lloraron a moco tendido. Después vino la funeraria, el cuate doctor hizo el acta de defunción y se lo llevaron. Al otro día lo enterramos y llamamos a los culitos de Xela para contarles que todo había salido bien, y que de repente el otro fin de semana íbamos por allá a parrandear.

José Joaquín

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