La pandilla habÃa tomado el control de la colonia un par de años atrás. VivÃamos en un toque de queda virtual, nadie regresaba a casa después de las ocho de la noche. Cuando a mi papá le tocaba quedarse tarde en el trabajo se quedaba a dormir a escondidas en la bodega y salÃa a desayunar muy temprano antes de que los compañero de trabajo llegaran. Un domingo un niño pasó entregando un celular diciendo que si no contestábamos serÃa muy malo para nosotros.
Ese celular significaba que nos llamarÃan para pedir una cantidad de dinero que no podrÃamos pagar. Tocaba prepararnos y salir. La llamada llegó una media hora después y nos pidieron una cantidad que ni en sueños podrÃamos juntar. Mi padre contestó la llamada y acto seguido nos mandó a empacar en una mochila lo esencial. A la madrugada siguiente salÃamos de la colonia y dejábamos la casa en la que habÃamos vivido durante quince años. Toda mi vida.
Ya varios vecinos habÃan salido de sus casas. Algunas de esas casas ahora estaban habitadas por pandilleros. Otras estaban vacÃas. Dos vecinos no habÃan querido irse ni pagar y el resultado fue que los mataron a ellos y a sus familias. La primera familia masacrada salió en la prensa, la segunda no salió porque al periodista que llegó lo amenazaron de muerte.
La casa tenÃa un portón rojo y una pared celeste. Cada año la pintábamos de los mismos colores, a pesar de que mis hermanas y yo quisimos alguna vez cambiar. El último año ya no lo hicimos, tenÃamos miedo.
Por las noches era común escuchar balaceras. A veces eran solo pruebas de algún principiante y se notaba porque los disparos o las ráfagas eran a intervalos regulares. Cuando eran batallas entre pandillas eran irregulares y a veces duraban hasta tres horas. Al principio no dormÃamos pero después solo mirábamos que todos estuviéramos en la casa y a dormir y que al otro dÃa habÃa que estudiar.
El dÃa en que salimos mamá nos dijo que lleváramos tres mudadas de ropa interior y tres de ropa para salir. Nada más. Se quedó la tele, mi computadora, la refri y la lavadora, las camas, casi toda nuestra ropa. Papá nos dijo que no volteáramos a ver. Salimos muy de madrugada, temblando del frÃo y del miedo, caminamos un par de kilómetros hasta la carretera y ahà tomamos un taxi para un hotel de la zona 1. Mis hermanas lloraron toda la mañana hasta quedarse dormidas. Papá fue a trabajar como siempre. Mamá hizo varias llamadas para ver quién de la familia nos podÃa recibir.
Yo tuve un primer impulso de decir que no deberÃamos dejarnos y que deberÃamos denunciar y todo pero las miradas fulminantes de mis papás me hicieron callar.
Después de dos meses de vivir todos apretados en la casa de una tÃa nos pasamos a vivir a una casa en una colonia más tranquila. Mis hermanas estaban contentas porque ahora tenÃamos tele nueva y camas nuevas.
Estamos más tranquilos pero tuvimos que tirar nuestros teléfonos y yo tuve que cerrar mi facebook y cambiarme de colegio. Mamá dice que primero Dios de esta casa no nos sacarán.