Me metí a la administración pública a hacer dinero. Estaba quebrado cuando aposté por la campaña del presidente actual, hice un préstamo millonario para aportar al partido y reservar mi lugar en algún puesto. Me dieron un ministerio cuando entró al poder y en un mes pagué mis deudas.
Esto lo hacen prácticamente todos los funcionarios, y por eso el país no avanza, pero me cansé de trabajar un montón para no tener nada. Años de estudios universitarios para que al llegar a las empresas los sueldos sean bajos y las oportunidades mínimas, y ni hablar de poner negocios porque los préstamos son caros y las extorsiones de pandillas están por todos lados. Sin ir más lejos, a una mi tía la mataron porque no pagó la extorsión que una pandilla le pedía por tener una panadería en el barrio. Una panadería. Aún recuerdo a mi papá llorando en el entierro, y a unos tipos tatuados que observaban de lejos.
El primer año fue una total fiesta. De lo único que me preocupé, por sugerencia del secretario general del partido, fue de tener a un par de viceministros que sí trabajaran. Los seleccioné cuidadosamente, era gente honrada y trabajadora. Les puse todo el trabajo que pude para que estuvieran entretenidos. De sus avances y logros me aseguraba de recibir el crédito. Luego algunas noticias compradas en medios internacionales de poca monta alabando los logros de mi ministerio eran buenos para la publicidad y para que el presidente estuviera tranquilo.
Durante el primer año conocí a Ana María y me volví loco por ella. Mis regalos y atenciones y una plaza en el ministerio sin tener que trabajar creo que la convencieron de quererme. Yo en realidad me enamoré porque ella era una mujer guapa, elegante y educada y habría sido una gran compañera si yo no estuviera casado. Viajamos con ella a Europa y a Sudamérica. La pasamos muy bien. No recuerdo haber sido más feliz.
En el segundo año de gobierno creo que me excedí. Era tan fácil obtener dinero, no solo del estado, sino también de las comisiones que se cobran a empresarios por hacerse uno de la vista gorda. También otros dinero por ilícitos que mejor no discutiré acá. El dinero abunda, abundan los amigos, las mujeres, los excesos. Una vez metido en ese círculo ya no tienes control, solo sigues la corriente, te dejas llevar.
Para el tercer año ya tenía al ministerio público y a la contraloría de cuentas siguiéndome. Mucho descuido dejó evidencias. Me volví colérico y malhumorado, ya no tenía control de nada en el ministerio, cada quien iba por su cuenta. Me peleé con Ana María, pero no se atrevió a dejarme porque perdería su sueldo.
Poco a poco la persecución se fue haciendo más evidente y creo que el propio presidente entregó mi cabeza porque su popularidad estaba muy baja. Llegaba al ministerio a mi despacho y nadie parecía notarlo. Era como si fuera un fantasma. Arreglé juntarme con algún dinero en efectivo de las comisiones que cobrábamos a los empresarios y esperé lo peor.
Lo peor llegó, claro está. Un jueves por la tarde un periodista me avisó que el presidente me iba a destituir el día lunes. Me lo confirmó otra fuente del ministerio público. Después de la destitución vendría una orden de captura que ya estaba lista.
Llamé a Ana María para irnos a un hotel en Atitlán y pasarla bien el fin de semana. Le conté que me iban a proponer para candidato a la vicepresidencia en las próximas elecciones y que íbamos a celebrar los dos solos. Nunca la vi tan feliz.
Regresé a casa el lunes por la madrugada, solo. Me aseguré de tener algún dinero en efectivo más. Pensé en huir pero con un buen abogado era probable que me librara de una prisión prolongada y quién sabe, quizá una diputación o una alcaldía en otras elecciones bien podría alcanzar.
A Ana María le dejé una nota y todo el dinero en efectivo que pude dentro de su maleta. Le agradecí por haberme regalado mi último fin de semana. Fui feliz, gracias, terminé la nota.