El vigilante


Uno de los tantos empleos que he tenido fue de vigilante de garita en una colonia cerca de la capital. Estuve ahí por dos años. No fueron los peores pero tampoco fueron muy buenos. Pasa de todo cuando hay gente involucrada. Que Dios bendiga mucho a la gente amable que no hace problemas innecesarios y que el diablo reclame a los abusivos y pedantes. La mayoría de veces los más abusivos y llenos de babosadas son los que no pagan y deben meses de servicio. Deberían pagar más por tener que soportarlos.

Cuando me contrataron me dieron un día de entrenamiento que básicamente consistió en saber cómo disparar el arma que me dieron. Igual no podía disparar porque me cobrarían las balas. La pistola está en el cinto básicamente como advertencia. El primer día en la garita mi compañero Jorge me dio algunas instrucciones básicas. "No usés tu criterio, limitáte a seguir las reglas. Y si alguna vez no seguís las reglas no le contés a nadie ni mucho menos lo anotés."

Al segundo día un tipo en una bata blanca en un toyota viejo pidió entrar sin identificarse, dijo que era doctor e iba a una emergencia médica y que no tenía documentos. Le expliqué que no podía dejarlo pasar sin identificarse. No me quería dar la dirección ni el nombre de la persona tampoco. Llegó mi compañero Jorge y le dijo que diera el número de teléfono de la persona que llegaba a visitar. No lo tenía. Se había formado una cola de tres carros para entrar atrás de él. Lo dejamos entrar finalmente. Anotamos la placa del carro en un papel aparte, no en el de las visitas.

Después de dejar entrar a los demás carros, Jorge me mandó a ver por dónde andaba el "doctor". Había ido a visitar a la vecina del 3-20 y estaba tocando insistentemente el timbre. Le dije que si no estaba la persona que visitaba que por favor se fuera. Me respondió que quién era yo para decirle qué hacer o no y que yo probablemente era un pendejo que no sabía respetar. Volví a la garita. Jorge tomó la bicicleta y lo fue a confrontar. Cinco minutos después, salía en tipo, enojado pero obediente. 

¿Qué le dijiste?, le pregunté. Le dije que en la colonia vivía un funcionario importante y que teníamos una patrulla de la policía nacional rondando cerca. Que ellos vendrían a llevárselo si seguía molestando. Ah, ¿y quién es el funcionario? Nadie, contestó, no hay nadie importante acá. A veces sirve ese truco.

Después supe que el vigilante al que yo sustituía fue despedido por quedarse dormido. Era un buen tipo, me dijo Jorge. Llevaba dos días seguidos de velar. Tenía sueño, pero cometió el error de dormirse frente a una cámara. Uno de los viejos del comité de vecinos casualmente lo vio por el CCTV y lo despidieron. Yo les expliqué que tenía dos días seguidos de velar porque no había venido su sustituto a tiempo. Al otro compañero se le había muerto su mamá. ¡Se les paga por vigilar, no por dormir!, dijo el viejo cerote. Lo despidieron de todos modos. A la semana siguiente ya había conseguido otro trabajo de vigilante. Siempre hay plazas porque nadie quiere trabajar de esta mierda.

Unos muchachos que eran insoportables eran los del 5-20. Se quejaban de que no les abríamos rápido, que tratábamos mal a sus visitas y que eramos unos ineptos. Tenían 18 y 20 años. A su papá lo habían ascendido en su empresa unos seis meses antes. Los papás eran relativamente llevaderos. Una vez ya cansado de sus petulancias, le dije a uno de los muchachos que si de veras tuvieran dinero no estarían viviendo en esta colonia ni dejando sus carros en la calle. Se puso furioso y me empezó a decir que era un inepto y que no sabía con quién me estaba metiendo. Al parecer varios vecinos también tenían que soportar las insolencias de los chavos y uno de los viejos del comité de vecinos les habló a los padres. Gracias a Dios se calmaron. Después hasta decían buenos días o buenas tardes los cabrones.

Jorge me decía que él quería ser vigilante de centro comercial, de esos que andan con traje negro. Ganan un poco más y como de noche se cierra, se puede dormir, decía. Yo en realidad no aspiraba a nada, pero si había un cambio para mejor, o si simplemente se cambiaba de actividad, ya era bastante.

En este trabajo mientras todo está aburrido es que está bien. Aburrido significa que no hay problemas, que todo pasa como en automático. Los domingos por la tarde noche son tranquilos y se puede dormir un poco más cuando toca velar. Siempre procuraba tener redes en mi celular para ver videos. Si no tenía redes, ponía la radio del celular. 

La señora del 3-25 era buena onda. Nos llevaba galletas y jugos. Siempre saludaba cordial cuando pasaba por la garita para ir al mercado. La conocía y la respetaba todo el mundo. Era parte del comité y a veces le tocaba mediar cuando había pleitos entre los vecinos. Fue algo triste cuando supimos que tenía cáncer y que estaba en tratamiento. Se puso muy flaquita, pero aún así sonreía. Murió poco después de que yo cumplí el año en el puesto.

Una vez me dijeron que si quería ir a cubrir una noche en mi día libre. Un vigilante se había enfermado. Dije que sí, porque era en una casa de ricachones. Ahí no pasa nada, pensé. Cuando llegué mi compañero estaba comiendo y me dijo que ese día todo estaría tranquilo porque no había nadie en la casa. Solo teníamos que ir a hacer un recorrido obligatorio para que quedara grabado en las cámaras de seguridad porque siempre las revisaban. El compañero tenía los ojos rojos, tenía dos noches de velar. Se miraba muy cansado. Le dije que descansara algunas horas, que yo me hacía cargo. Dijo que ya se le había ido el sueño.

De repente sin venir a cuento me empezó a decir que esa casa estaba embrujada. Ya estás cansado, compañero, dormíte algo porfa. Con sus ojos encendidos en rojo me dijo que esa gente tenía algunos muertos encima, que eran gente mala, con malas vibras. Todos los ricos son así, le dije. Me contó de dos fantasmas de un niño y una mujer que salían por las noches a recorrer el patio trasero. Los patrones también los ven, me dijo convencido. Se fue a dormir pero solo logró dormir una hora y se levantó peor. Comenzó a cargar y descargar el arma y a decir que a veces el arma le parecía irreal, nunca la había disparado. Quería saber cómo era disparar. Me puse nervioso y le pedí que parara con eso, pero no hacía caso. Con la excusa de hacer el recorrido salí y fui a dar una vuelta por la piscina, el patio trasero y la calle de enfrente. Ya estaba regresando cuando escuché un disparo. Este ya se mató, pensé.

Con el corazón acelerado a mil llegué a la garita. El compañero se había pegado un balazo en el pie. Estaba riéndose, no sentía el dolor. Como pude le quité el arma y llamé a los jefes para contarles. Con una camiseta le vendé el pie, se había volado un dedo. Una media hora después llegó un carro de la empresa y se lo llevaron. Se quedó otro compañero conmigo. Yo les dije que este maje desvelado se pone mal pero nunca me hicieron caso, me explicó. No volví a saber del herido.

Ese incidente me hizo empezar a buscar otro empleo. Conseguí uno en un centro comercial. De esos que llevan trajes negros y radios, como quería mi compañero Jorge. Mucho tiempo parado, cómo duelen las patas. Qué cerote, me dijo cuando le conté. Le dije que necesitaban más gente en ese lugar, que se pusiera las pilas y enviara papelería.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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