La huida


Elvira tuvo la mala suerte de nacer en una colonia dominada por la pandilla del Barrio 18. Se hizo amiga de pandilleros para no tener problemas, pero nunca dejó de estudiar. No participaba en las actividades de la pandilla, pero era considerada como parte. Obtenía buenas notas en la escuela y no causaba problemas en casa. Sin embargo, cuando tenía 16 años, se enamoró de un muchacho de una pandilla contraria.

Conoció a Jorge en la escuela secundaria; era su compañero de clase. Siempre fue muy respetuoso y educado, y era también inteligente como ella. Ella pensaba que era un joven “normal” sin relación con pandillas. Unos meses después de haber iniciado la relación ella se embarazó. Jorge se la llevó a vivir con él a la casa de sus padres y entonces se dio cuenta de que era pandillero de la Salvatrucha, enemiga del barrio 18. No dejó de estudiar, pero se cuidó de no volver a su casa con su mamá y los dos hermanos con los que vivía.

Nació su hija, a quien llamaron Sandra. Jorge también siguió estudiando; su rol en la pandilla era recoger el dinero de la “renta”, como llamaban a las extorsiones. Sus planes dentro de la pandilla era ir a la universidad a estudiar leyes para ser abogado y ayudar a la causa. Sin embargo, cuando la pequeña Sandra acababa de cumplir un año, lo mataron a balazos cuando recogía el dinero de una renta grande. Junto a él, mataron a dos más.

Elvira lloró mucho y no sabía qué hacer. Su madre y hermanos se habían mudado a otro lugar por amenazas de la pandilla, pero no la recibieron en su nueva casa. Regresó a vivir a su antigua colonia y se graduó de bachiller.  En la colonia donde vivía no sabían que ella había sido pareja de un pandillero rival y que había tenido su hija con él. Lo supieron unos meses después y la confrontaron y ella lo negó todo para ganar tiempo. Sin embargo sus pandilleros vecinos confirmaron quién era el padre y qué hacía y ella no tuvo más remedio que servir al Barrio 18. La amenazaron con quitarle a su hija.

Al principio su tarea era únicamente llevar los teléfonos y pasar cobrando renta a los comercios cercanos. Otra pandillera se quedaba con su hija cuando ella salía. Luego de que se negó a molestar a una tienda de una viejita, la violaron. Las violaciones continuaron, en ocasiones mientras su hija dormía en el mismo cuarto. Jóvenes que ella conocía desde niña y con los que hasta había jugado, ahora la aterrorizaban.

Un día harta de la situación tomó a su hija y huyó de madrugada en el taxi de un vecino que prometió no decir nada. Consiguió alojamiento en una iglesia católica en una colonia sin pandillas y poco después consiguió trabajo en un call center. Pronto destacó en su trabajo y le dijeron que si estudiaba inglés podría ganar mejor. Alquiló un pequeño apartamento. Comenzó sus clases muy entusiasmada. A Sandra la cuidaba una vecina que tenía una guardería pequeña.

Parecía haberse liberado de las garras de la pandilla. Podía comprarse ropa nueva y podía comer una pizza de vez en cuando con su hija. Se compró un teléfono inteligente con el que subía fotos a Facebook. Organizó una piñata con los niños vecinos cuando Sandra cumplió los tres años.

Sin embargo el pasado vuelve. Un miembro de la pandilla de la que huyó descubrió su perfil en Facebook y la fue a confrontar a Elvira a la salida de su trabajo. Ella sintió derrumbarse todo a su alrededor, una náusea profunda le impedía hablar y cuando reaccionó a lo que le estaba diciendo el pandillero, su instinto fue salir corriendo. Logró huir, pero ahora ya sabían en dónde trabajaba y probablemente en dónde vivía.

Durante toda la noche no pudo dormir. Caminaba en círculos alrededor de la mesa del comedor y rezaba avemarías y padrenuestros para calmarse. Huir, pero ¿a dónde? su madre ya no la recibía, no tenía más familia y no tenía amigos que no fueran pandilleros. Varios de ellos ya habían muerto, además. Supuso que su perfil de Facebook había sido el delator así que lo borró. Deseó la muerte de los que la buscaban, pero no se sentía bien de querer eso.

Al día siguiente fue al trabajo a la hora normal, pero a la salida pidió a una compañera de confianza que viera si no había nadie extraño. No lo hubo ni ese día ni los días siguientes. Elvira pensaba que tarde o temprano aparecería alguien a amenazarla o a pedirle renta. No estaba dispuesta a aceptarlo, pero no sabía bien cómo escapar.

Una semana después apareció a la salida del trabajo uno de sus pocos amigos de infancia, también pandillero. La abordó y le dijo que no se asustara. Elvirita, le dijo, no te preocupés mano, ya los vatos que andaban tras de vos los plomearon la semana pasada. Yo no tengo nada contra vos y no voy a chillarte con nadie. Seguí echando verga, que vos fuiste de las pocas que logró algo más. Ya no volveré a aparecerme porque no tengo nada qué hacer aquí.

Se despidió con un abrazo y se fue caminando sin voltear atrás. Elvira caminó hacia la parada del Transmetro, aturdida, sin saber qué pensar. Al llegar a casa abrazó fuerte a su hija y esperó a que se durmiera. Cuando Sandrita se durmió Elvira lloró mucho, sentada en una silla del comedor. No se dio cuenta a qué hora se quedó dormida apoyando la cabeza sobre sus brazos en la mesa. Al día siguiente salió a trabajar como todos los días, porque la lucha nunca se acaba.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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