Las olas del estadio

Con la Gladis dispusimos ir al estadio el sábado para ver Guate contra Trinidad y Tobago. Como cosa rara, goleamos 5 a 1. Toda la mara en el estadio pensaba que nos habían cambiado a los jugadores. Pero no, eran los mismos pisados de siempre. El mismo Pando, el mismo Pescado Ruiz y el mismo Chalo. Al principio no tenía muchas ganas de ir porque la Gladis podía descubrir que yo soy una vaca para hacer las olas en el estadio. No le agarro la onda cómo es. Por más que el Chepe Quincho me explicó un cacho y hasta repasamos cómo hacerlo, yo sigo siendo mero mula para esas cosas.

Como la mujer estaba ganosa no hubo de otra que ir al Mateo Flores. Yo esperando que la mara no hiciera las mentadas olas para que la Gladis no se riera de mí. Pero como la onda estaba alegre porque toda la mara andaba de pelex, se vino la primera ola. Voy a comprar un agua, le dije a la Gladis para que no se diera cuenta por lo menos en la primera ola. “Ojalá que los pisados no sigan haciendo olas”, deseaba yo con todas mis fuerzas. Vino la segunda vez y ahí no me pude hacer el quite. Y como estaba nervioso, me levanté antes de tiempo. No seás mula, tenés que esperar que venga la ola, me dijeron atrás. Es que así hago las olas yo, le dije a la Gladis. Cualquier fanático del fut tiene que saber hacer olas, eso es algo que cualquier cerotío puede. Menos el bruto del Walter.

Se vino la tercera ola. Ahora me quedé sentado mejor. La Gladis me preguntó que por qué no había hecho la ola. Es que ni cuenta me fijé a qué horas pasó, le respondí. La pisadita sólo me vio con cara de que este pobre pisado no sabe hacer olas, qué pendejo. A la cuarta ola me dije yo, son babosadas yo tengo que poder. Agarré de la mano a la Gladis y ya cuando calculé que tenía que levantarme, lo hice con todas las ganas del mundo. Lo malo fue que ya había pasado la ola. Los pisados de atrás se cagaban de la risa. Y la Gladis brava porque yo la hice quedar en ridículo también a ella. ¿No quiere una su pizza, mamaíta? le dije para que se le bajara un cacho la trompa.

Después de que se le pasó la bravata la mujer me dio un beso y me dijo vos sólo seguime a la otra te agarro de la mano, no te preocupés. Esa fue la primera vez que logré hacer una ola como Dios manda.

José Joaquín

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