Hace un mes fui a sacar dinero a un cajero automático. Inserté mi tarjeta, tecleé mi clave y elegí el monto. El cajero hizo su acostumbrado ruidito de como que está pensando. Esperaba ver los cien quetzales que le pedí, cuando veo venir cinco billetes de cien en lugar de uno.
No recordaba haber tecleado mal, las teclas de 100 y 500 están suficientemente separadas como para cometer ese error. Volteo a ver a todos lados y no me ha visto ninguno, me embolso el pisto. Ahora pido que me dé el saldo, que aparece como me lo ha depositado la empresa, mi salario está completo, ayer sólo tenía cinco pesos en la cuenta. Entonces pruebo sacar otros cien, a ver qué onda. Tecleo la cantidad, el cajero hace el ruidito hueco y espero. De nuevo salen otros quinientos pesos, me los embolso rápido, miro a todos lados, no hay nadie mirando. Pruebo de nuevo y salen otros quinientos, y otra vez y otros quinientos. Ya tengo dos mil varas. ¿Me quedo o continúo? El saldo sigue igual, nadie me esta mirando, lo más que puede pasar es que mi cuenta mañana esté a cero porque ya saqué todo mi salario. Pruebo de nuevo y salen otros quinientos tukis, esto se está poniendo cada vez más bueno. Se acerca un impertinente y le digo que no sirve el cajero y que parece que se ha tragado mi tarjeta. El cuate algo asustado se va a la chingada (a saber qué cara le puse) y quedamos solos otra vez el cajero y yo. Luego de sacar cinco mil, mejor decidí irme, no sea que se chingara la onda esa y se quedara mi tarjeta adentro.
Al siguiente día, solicité mi estado de cuenta en una agencia de banco. Mi sueldo seguía intacto hasta el último centavo. De nuevo saqué cinco mil de quinientos en quinientos, y el saldo seguía igual. Volví al otro día y otros cinco mil. Había encontrado la gallina de los huevos de oro. Fui fiel al monto de cinco mil, si me pasaba, probablemente se acabaría el encanto.
Después de diez días de hacer lo mismo, el cajero parecía una fuente inagotable de dinero, pero me cuidé de no decirle a nadie nada, porque el hechizo se podía romper. Entonces pensé en que para qué quiero yo todo ese pisto que no es mío. Debería ser honrado e ir a la policía. Pero entonces pensé que me iba a ir preso, me quitarían el dinero, se lo robarían los chontes y yo quedo bien pisado de todos modos. No era un buen plan.
Pasaron otros diez días y ya tenía cien mil quetzales.
Mi estado de cuenta seguía como si nada, no hubo llamada del banco, la gente al parecer retira su dinero normalmente de ese cajero. Decidí pararla ahí, destruir la tarjeta y pedir una reposición al banco. Cuando la semana pasada me entregaron la tarjeta nueva, fui al cajero y felizmente logré sacar sólo cien quetzales, que ahora sí se rebajaron de mi cuenta. Aún no he decidido qué hacer con el pisto, apenas si me he gastado quinientos pesos porque he estado usando sólo tarjeta de crédito. No sé, tal vez me suba a un edificio alto y arroje a la calle todo (de hacerlo lo anunciaría en esta página), tal vez lo done a obras de caridad, tal vez viaje a Europa, no sé. Lo que me tiene un poco nervioso es que ayer en la tarde vi a un par de entacuchados de lentes oscuros dándole de patadas al cajero, desesperadamente.
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