Vecinos


Cuando se mudaron a la colonia, los Méndez me parecieron una pareja notable. Eran muy cordiales y educados y parecía que tenían dinero. Algunas vecinas decían que eran narcos, porque eso es lo primero que se piensa cuando ves a alguien en una condición económica bastante mejor que la tuya. Pero no, no lo eran, supe por terceras personas que los dos trabajaban en empresas importantes. Yo quería ser amigo de ellos, de Javier y Clarisa, de alguna manera quería que me quisieran, no sabía realmente el porqué.

Sin ser personas realmente guapas los dos eran atractivos. Javier parecía un tipo capaz de hablar sobre cualquier tema, desde la bolsa de Wall Street hasta del fútbol local, pasando por escritores latinoamericanos importantes. De eso me di cuenta la primera vez que los invité a mi casa. Como bienvenida a la colonia hice un churrasco con la mejor carne que encontré y me estrené como parrillero después de hacer un curso con un chef local. La carne me quedó mejor que restaurante con tres estrellas Michelin.

Ellos por su parte llevaron una botella de vino. No recuerdo la marca, pero estaba muy bueno. Nuestros hijos se llevaban bien, ellos tenían un niño de 10 años que jugaba muy entusiasmado a la play con mis hijos de 9 y 11. Cuando terminamos la botella de vino, pensé en que al fin tenía amigos que compartían mis inquietudes y con los cuales hablar un poco más que del clima o de lo caro que están las cosas.

A Javier le compartía notas interesantes por whatsapp. No tardó mi mujer en darse cuenta de que yo estaba obsesionado con ellos. Es que me parecen tan interesantes, le decía yo. Amor, ellos no son como nosotros, no es que ganen mucho más que nosotros, pero vienen de otra clase. Tenía razón en que ellos venían de familias de dinero, pero venidas a menos. Es decir, ellos no heredaron, pero sus primos sí eran herederos de grandes fortunas. 

Clarisa cantaba música de jazz en un grupo que se reunía los sábados a ensayar. Javier tocaba el teclado o la guitarra. Sonaban muy bien, los fuimos a ver a un par de conciertos. Los conciertos fueron en lugares caros. Clarisa tenía una voz muy firme, cada nota era dada con la seguridad de alguien profesional, aunque lograba darle un toque personal. 

Poco a poco fue amainando la obsesión por los Méndez. Su hijo venía a casa al menos una vez a la semana a jugar a la play. Y seguimos haciendo churrascos algunas veces. Cuando los observaba, yo pensaba en que yo no tenía ningún talento. Ellos sabían de música y Clarisa hasta pintaba óleos y hablaba con autoridad de maestros de la pintura y de qué hacía que tal o cual fuera destacado. Incluso decía que Van Gogh está sobrevalorado. Javier, por su parte, había publicado un par de libros de cuentos en una de las editoriales importantes del país. 

Enfocado en mi trabajo y en la familia, yo nunca había tenido ninguna inquietud por ningún arte. Creo que en lo único en que podía hablar con Javier con algo de autoridad era en las series de TV importantes. Coincidíamos en las series más destacadas y mejor logradas de la historia. Javier en una ocasión me mostró su colección de DVDs de Seinfeld, que había comprado en un viaje a Nueva York. 

A poco de cumplir un año en la colonia, los Méndez se empezaron a alejar. Los invitábamos a los churrascos tradicionales, pero no venían. Ahora estaba más ocupados que nunca. Lo lamenté porque en serio me gustaba su compañía, eran agradables. Mi mujer se llevaba bien con Clarisa y se enviaban mensajes de voz por whatsapp todo el tiempo hasta que comenzaron a alejarse. Nos pareció raro, pero es que la gente no es la misma siempre, cambia todo el tiempo, aunque muchas veces esos cambios no sean perceptibles como ahora con los Méndez.

Con el tiempo hasta encontrarnos por la calle era incómodo y eso me llegó a entristecer. Una noche decidido llamé a Javier y le dije que debíamos hablar. Estuvo de acuerdo. Dijo que llegaría a la casa pero que solo iba a decirme lo que tenía que decirme en la puerta. Tocó como a eso de las nueve de la noche. Me saludó más cordial de lo que me saludaba últimamente y me dijo que sería breve. Me lo contó sin mucho rodeo. La gente dice que ustedes lavan dinero para el crimen organizado, me dijo, y nosotros no queremos problemas con los vecinos ni con nadie. Te lo digo porque te respeto y te rogaré como un último favor que no insistas y que no busques ni preguntes quién lo contó. No es cierto, cómo vas a creer, le dije. Conservé la calma, y le dije que lamentaba que por chismes de barrio rechazara nuestra amistad. No contestó, se despidió y se fue.

Entré a casa decepcionado, triste. 

Le dije a mi mujer que la gente ya sospechaba a qué nos dedicábamos, que era tiempo de mudarse otra vez. Ella me abrazó y dijo, bueno, son los gajes del oficio.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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